Pelagio F.S.
Lunes 15 de febrero de 2016 - 16:36
generica

“Anagkaion” es una palabra griega que significa “necesario, imprescindible, ineludible, obligatorio, inexcusable”.

Decidí este antetítulo para mis artículos de opinión sobre diversos temas, debido a la desazón que me produce hace tiempo, leer y escuchar pensamientos e intenciones, propaganda e información sesgada, y sutiles proezas llevadas a cabo por personajes de nuestra fauna ibérica, que parecen haber perdido el seso, los valores y el respeto a las creencias y costumbres ancestrales, preocupados más por el bastardo interés propio que por el bien general. De ahí que considero “necesario e ineludible” la recuperación del sentido común, la mesura y la equidad, frente al partidismo, la petulancia y el egoísmo que nos abruman.
Mis comentarios y valoraciones derivan de mis inquietudes y alegrías, preocupaciones y razones, que quiero compartir con los lectores sin ánimo de polemizar, si mis subjetivas opiniones no concuerdan con las suyas. Dice el refrán: “Cuando el gallo canta, algo tiene en la garganta”. Y cuando se piensa y se siente, lo mejor es no callar sino contarlo.
Quizás hubiera sido mejor titular estos artículos “dikaios” (justo) o “etikos” (ético), dada la indignación manifiesta que sufrimos por tantos desmanes, que las autoridades y los poderes fácticos, dedicados a espolear e incitar a sus súbditos, que  si no inventan, calientan y desestabilizan el ambiente, ni venden, ni son apreciados. En lugar de pactar para mejorar, de construir, de apoyar, es más fácil proferir insidias que llegan a encumbrar o hundir a partidos, presidentes y entrenadores. Estos temas serán harina de reflexiones venideras plagadas de nefastos protagonistas.
Volvamos al tema de este artículo. Mi bendita profesión de educador, que no de adoctrinador, me alienta con preocupación acuciante, tras minuciosa observación durante tantos años, a divulgar los malhablados que son como muestra: nuestros alumnos en la escuela y fuera de ella; los ciudadanos en familia y fuera de ella, los periodistas en los medios de comunicación, sobre todo orales, y tanto mandatario cuya formación con frecuencia, deja mucho de desear.
“Necesario” sería que unos hiciéramos la labor de inculcar y otros el esfuerzo de aprender a subsanar, la gran cantidad de impropiedades léxicas e incorrecciones gramaticales que están a la orden del día en la lengua escrita, pero sobre todo en los distintos registros de la lengua oral.
Tras haber leído, tiempo ha, “El dardo en la palabra” de Lázaro Carreter, saturado de comentarios a las espinosas agresiones contra los malos usos de la lengua oral y escrita, repaso algunos disparates y desvaríos, entre los que llama la atención el maldito “laísmo” en boca constante de opinadores políticos y sobre todo deportivos,formar, sino en presentar posturas partidistas y rastreras sin base argumental consistente.
Algunos periodistas, y algún intruso supuestamente formador y con título universitario, pronuncian sin ningún rubor, quizás sin advertirlo o sin saberlo, que el pronombre personal “la” es complemento directo, y concluyen en la atroz agramaticalidad, de usarlo en lugar de “le”, que es complemento indirecto. El desliz es de “escucha y no te menees”, y como muestra, ejemplos: “la pegó en el poste”, “la dio con efecto”, “la dio de tacón”, “la dijo que viniera”.. Y es que son cuantiosos los males en la dicción que nos aquejan en Andalucía, debido a las variantes habladas de lo que suelen llamar dialecto andaluz, si bien, de Despeñaperros hacia el norte se producen agramaticalidades como la citada, inexistentes en nuestra región.
Que chavales o personas poco instruidas digan: “acabemos” por acabamos, “trabajemos” por trabajamos o “estudiemos” por estudiamos, mal está, pues semejante vulgarismo es complicado de evitar, por la identidad formal existente entre la primera persona del plural del presente de indicativo y del pretérito perfecto simple. Además advertimos que lo que se ha mamado mal, es difícil de corregir. Por cierto, qué contradicción hablar hoy precisamente de estudiar y trabajar, con el poco mérito y valor que se les da a esos deberes.
Que se use en la lengua oral y también escrita: “dijites” por dijiste, “hablates” por hablaste y “comites” por comiste, es señal indudable de que se piensa poco en lo importante que es hablar bien, adecuándonos al léxico y gramática de la lengua española, pero difícil es explicar a quienes ocupa más la ignorancia que el conocimiento, que esa dichosa “-s-“ que baila de lugar en esas palabras, es producto de una metátesis o cambio de sílaba de una letra.
Palmarios son los estropicios y desatinos de muchos jóvenes, que a pesar de su largo período de formación y aprendizaje, son incapaces de desechar agramaticalidades e impropiedades léxicas que descalifican a cualquier persona; harto difícil es desprenderse del impermeable sociofamiliar que tanto complica la transpiración, para evitar coloquialismos y vulgarismos que invaden el buen uso de la lengua.
Complicado es despojarse del “pelo de la dehesa”, aunque las personas públicas por su oficio y la influencia que ejercen, deberían procurar el cuidado y la corrección en el lenguaje. Seguro que habrá quien no le de importancia; quizás una vez más la indolencia permite sobresalientes procacidades frente al buen uso del código sistematizado que es el lenguaje verbal, y sobre todo el escrito.

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