Recientemente enterado de que una serie televisiva trata sobre la reina Isabel la Católica, llega a mis manos El laurel de la reina, la última obra de la prieguense Mari Cruz Garrido Linares, que concibió y escribió mucho antes («Hace ya casi diez años» dice en el comienzo de la introducción de este libro, a fin de comentar que todo surgió a raíz de unas letrillas sobre este tema que le entregaron).
El laurel de la reina es un relato que desarrolla la leyenda en que Isabel la Católica rezó a San Luis de Francia en un huerto de laureles de La Zubia, a las afueras de Granada, para salvarse de una escaramuza de las tropas de Boabdil.
El texto destaca en sus aspectos de relato histórico y de valor literario, combinándose muy bien para que Maricruz desarrolle un texto de calidad e interés en el terreno de la Historia y de la Literatura. Si a esto sumamos la traducción al inglés vertida por Peter y Sylvia Such, encontramos un tercer punto que acrecienta el atractivo de esta obra.
Su estilo narrativo contiene un eco preciso del ritmo y de la grandilocuencia de aquella época, además de poner en valor otras obras y personajes, con los que la autora nos muestra sutilmente sus fuentes:
Las tropas de Boabdil el Chico, decepcionadas por el trato de vasallo que habían tenido los Reyes Católicos hacia su sultán, no cesaban de avanzar, encabezadas por el moro Tarfe –gran enemigo de los cristianos– con quien Hernán Pulgar se involucró en tal lucha que hizo que Garcilaso se enfrentara a muerte con él y rodara la cabeza del moro por los aires cual si fuera una volanda, desafiando así su osadía de injuriar el nombre de María, Madre de nuestro Señor.
Sin embargo, como gran poeta, Maricruz Garrido, ganadora del Premio Mujerarte de Lucena, entre otros, ha creado pasajes llenos de lirismo, que embellece el carácter literario de la narración. En este fragmento pueden observarse el acertado uso del adjetivo y la interesante disposición de la sintaxis y de los sonidos:
En el callado y blanco pueblo de La Zubia todavía se encuentra El Laurel, donde la Reina una mañana nítida de agosto, se cobijó y oró, y una leve brisa mueve hoy los árboles del paraje testigo de estos hechos.
En otros momentos, recurre a símiles para caracterizar a la protagonista:
Nuestra Reina era altiva como un ciprés.
Y a metonimias, a fin de crear una imagen más clara de la fuerza cristiana:
Más de dos mil lanzas guerreras divisaban los moros.
No dude el lector en hallar buena literatura en El laurel de la Reina que recrea un capítulo de nuestra Historia y que, de haber sido otra su suerte, seguramente hoy viviéramos en un país diferente, pues Isabel la Católica, como escribió un cronista de entonces, «es fuerte, más que el hombre más fuerte, constante como ninguna otra alma humana, maravilloso ejemplar de pureza y honestidad. Nunca produjo la naturaleza una mujer semejante a esta».