Francisco José Segovia Ramos (Granada, 1962)
Viernes 10 de febrero de 2012 - 10:17
generica

Mei llora desconsolada. Ha sido madre por segunda vez pero, en esta ocasión, el bebé que tiene en sus brazos le causa tristeza. Wong Liu, su esposo, la contempla en silencio. Para desgracia de ambos han tenido una niña.

Son campesinos pobres y no pueden sustentar una boca que no les ayudará en las duras tareas del campo donde su hijo único, Yu, trabaja con su padre desde el amanecer hasta la noche. Liu hace lo único que puede: toma a la recién nacida en brazos y se aleja con ella de la casa, acompañado por los lamentos de su esposa, que queda atrás, inmersa en las penumbras de la tragedia. 
En el páramo, escondido entre montañas, Liu abandona el cálido y lloriqueante bulto, como se ha hecho desde muchas generaciones atrás. En pocas horas la niña habrá muerto, víctima del frío o del hambre. Se aleja sin mirar atrás.
No transcurre mucho tiempo desde que se marcha cuando, de repente, desciende una alada figura, brillante como un sol de atardecida. El dragón se posa suavemente junto a la niña abandonada y, con labios dulces como la miel, susurra a sus orejitas recién hechas palabras que la calman y silencian. Después toma el delicado paquete y se eleva con él hasta los cielos, y desaparece entre las nubes. En el lugar de la niña ha dejado unos restos irreconocibles de un animal muerto.
Cuando la niña abre los ojos se encuentra dentro de una gran caverna, profusamente adornada con telas de vivos colores y plumas de dragón. No está sola. Allá donde su vista alcanza decenas, cientos de niñas como ella juegan y se divierten, y ríen mientras cosen o hacen otras labores propias de la edad. Entre la multitud infantil y alegre varios dragones pasean y observan, sin perder detalle. Xiao, la niña abandonada, ríe por puro placer. No sabe aún que los dragones han salvado a todas las niñas chinas abandonadas en siglos de ignorancia y hambre. Desconoce también, aunque pronto se lo explicarán, que los dragones de las nubes esperan el momento adecuado -cuando los hombres comprendan- para devolverlas al mundo del que nunca debieron ser expulsadas sólo por ser hembras.
Mientras llega el momento las niñas chinas viven en la seguridad de la infancia eterna, protegidas por los dragones de las nubes.

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