Juan Damián Sánchez Luque
Viernes 24 de mayo de 2013 - 09:43
generica

Es de muy poca rentabilidad emocional pretender estar informado y más en los tiempos que corren. Tengo la sensación de estar sujeto en un lugar, mientras veo venir hacia mí un alud imposible, y yo no puedo hacer nada por evitarlo; ni tan siquiera puedo correr.

Se ha desplomado todo y los pobres cimientos no pueden sostener a una encopetada cúpula, que nada hace por aliviarnos del peso de su metálica y hormigonada estructura.
La miseria avanza, pesada e implacablemente y la casta dominante cegada con su obsesiva idea de ir acaparando cada vez mejores y más estratégicos puestos. Rebusca, entre las ruinas, algo que pueda tener algún valor, les vale cualquier cosa, para hacerlo suyo.
Hace tiempo que entre la Casta que domina (por que no es un estatus; es una Casta) se dio el grito de “!sálvese quien pueda!”. Y, avisados, ellos se apresuraron a copar los sitios de privilegio. La gleba, que formaban parte de la tierra, de donde recibían su nombre de siervos. No podían abandonarla sin consentimiento del señor, miraban los aconteceres con infinito temor; pero con la resignación de quienes nacieron a los golpes destinados y en sus genes portan el fatalismo de que el infortunio es parte consustancial de su propia existencia.
La miseria avanzaba inexorable, creando el caldo idóneo donde cultivar destrucción y locura. En esas especies de rediles, que dieron en llamar botellódromos; donde la anarquía y el descontrol eran las reglas del juego. Allí, fueron apareciendo los mercaderes de la miseria. Como poco quedaba para comerciar, ellos vendían su embrutecedora mercancía que anestesiaba cuerpo y mente, haciéndolos insensibles a su inhóspito entorno.
Acudían a sus rediles, donde la vigilancia era inexistente y su "libertad" (pobres ingenuos) tan amplia como sus depauperadas mentes les dejaban ver. Pero los ingenieros sociales iban formateando su obra. Nadie se preocupaba de un inexistente futuro, por que no había futuro, nadie protestaba de los abusos de la Casta. Tenían lo que les habían hecho creer que necesitaban: evasión para sus mentes y anestesia para un cuerpo, cada vez más insensible. Todo marchaba según lo previsto y la obra se iba consumando sin problemas.
Si una sustancia era mas escasa y cara se sustituía inmediatamente por otra más barata y mas destructiva. Esa era la ley del mercado existente. Los grandes prebostes de la Casta, poco informados de los acontecimientos, nada sabían de estas sustancias, daban por buenos los informes que les ofrecían y negaban su existencia. Los interesados abogaban por su libre comercio y ejercían su influencia sobre una masa, cada vez más dominada y dócil.
De ahí que aparecieran, como si de una procesión de ánimas se tratara, aquellos que, acuciados por su galopante miseria, portaban en su cuerpo (a cambio de bien poco) las, cada vez más necesarias mercancías embrutecedoras que aquellos desvalidos consumían con una permisividad cuasi absoluta.
Los consumos y las amotivaciones eran los más importantes logros de todo el entramado. Los ingenieros sociales se frotaban las manos satisfechos de su obra. Su miopía y su ciega entrega a la Casta, que les palmeaba el hombro, no les dejaba ver que con su obra iban desposeyendo de futuro y en definitiva ya de nada, a no tardar, la Casta dominaría sobre una masa amorfa e incapaz de pensar ni hacer otra cosa que no fuera sus indolentes consumos.
El horizonte se ensombrecía. No iba a quedar futuro; la masa no lo necesitaba, tal vez por que en lo más profundo de su inconsciente ya supieran que lo perdieron hacia tiempo. Pero la maquinaria necesitaba quien la moviera y a de aquel "Danzad, danzad, malditos"; se pasó a ponerse a pensar que ya ni danzas había y el continuar de la historia se iba poniendo difícil.
Ya no funcionaba la ingeniería que se había creado. La Casta se vio dominando sobre un ejército de ánimas sin objetivos. ¡Se habían cargado el futuro!. El problema ahora seria encontrar un nuevo guionista. ¿Pero dónde encontrarlo?.

 

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