OCIO/ESPECTÁCULOS | Toros
Nuevo aldabonazo de Andrés Luis Dorado
El matador de toros cordobés corta tres orejas en el festejo celebrado esta tarde en Las Canteras
Domingo 1 de septiembre de 2013 - 23:33
Como si de una carrera de obstáculos se tratara, Andrés Luis Dorado ha superado hoy en Priego, con creces, otra etapa de su particular trayectoria como matador de toros, ganándose el respeto del público que se ha dado cita en el coso de Las Canteras y, de paso, pedir a gritos una oportunidad en una plaza y ante una ganadería con la pueda mostrar su verdadera dimensión. Porque lo de hoy de Dorado ha sido otro ejemplo de que, pese a torear poco, el duende se lleva dentro.
Pero antes de entrar en detalle en lo que fue el desarrollo del festejo, conviene detenerse en las 24 horas previas al mismo, período de tiempo en el que se produjeron una serie de rocambolescas situaciones que mermaron en gran medida la asistencia de público, una de las más bajas que se recuerdan en un festejo taurino de la Feria Real de Priego. Y es que, a mediodía del sábado, ya comenzaron los problemas con la ganadería anunciada en un principio, Manuel Blázquez, cuyas reses incluso habían sido embarcadas y se encontraban a escasos kilómetros de Priego a la espera de liquidar el importe de las mismas, algo que no se produjo, por lo que la empresa, a prisa y corriendo, tuvo que buscar otros toros, los de Jódar y Ruchena, que finalmente fueron los lidiados y que llegaron a los corrales de la plaza unos minutos antes de la una de la madrugada de hoy domingo.
Casi de manera paralela a este baile ganadero se producía la caída del cartel de dos de los matadores que daban al mismo cierto postín, como es el caso de David Mora y Jiménez Fortes, casualidades del destino ambos por "lesiones debidamente justificadas", como así se recogía en el comunicado expuesto en la taquilla de la plaza, siendo sustituidos por Ambel Posada y Caro Gil, generándose entre los aficionados las lógicas dudas sobre la celebración o no del festejo ante tal cúmulo de cambios.
Así y con un cartel diametralmente opuesto al anunciado en los días previos y con una de las entradas más pobres que se recuerdan en Priego, pese a los precios más que populares con los que la empresa intentó animar a la afición, diez minutos después del horario fijado arrancaba el paseíllo y con él la parte donde la verdad aflora a las primeras de cambio. Porque eso fue lo se vio cuando saltó al ruedo el primer ejemplar de Jódar y Ruchena, similar al resto de sus hermanos; toros chicos de cara y escurridos de kilos, pese a ser todos cinqueños, la mayoría de sosas embestidas, justos de fuerza y rajados, por no hablar de las encornaduras, algunas verdaderamente denunciables.
Y la verdad afloró cuando Andrés Luis Dorado se enfrentó a sus dos oponentes, de manera especial al segundo de su lote, en el que con la muleta cuajó los pasajes más estimables de la tarde, iniciando la faena con unos ayudados por alto, a los que siguieron tres tandas de naturales a media altura preñadas de temple y torería, que hicieron que la faena tomara altura. Resulta extraño que un torero que se viste de luces en contadas ocasiones se muestre con esa soltura delante de un toro, en este caso el más noble del encierro, lo que vuelve a poner sobre el tapete la valía del matador cordobés que de no haber necesitado los dos golpes de verduguillo, hubiera cortado el rabo a este toro. En el que abría la tarde, un marrajo sin clase alguna, tras unas primeras tandas de trasteo estimables, Dorado tuvo que recurrir a lo accesorio para caldear el frío tendido, que premió con una oreja su entrega, otra vez a prueba de cualquier obstáculo, por muy complicado que éste sea.
Merecida salida a hombros del matador cordobés, al que no pudieron acompañar sus dos compañeros de cartel, en ambos casos por una manifiesta falta de toros, como le ocurrió al extremeño Ambel Posada, que en su primero no pasó de algunos adornos y pases sueltos ante un animal de cortas embestidas. Similar comportamiento tuvo el que hizo de quinto, en el que pese a intentarlo, Posada no logró ligar ni una tanda.
Y para un matador como Caro Gil, con una concepción del torero muy vertical y de mucha quietud, nada peor que dos animales a contra estilo, toros huidizos y aquerenciados ante los que el jerezano ofreció un puñado de chispazos, más intensos en su primero, al que a punto estuvo de cortarle las orejas de no haber errado con los aceros, mientras que en el que cerraba plaza, tan malo o peor que el resto, poco o nada pudo hacer.