En el contexto en el que nos encontramos, le brecha socioeconómica existente entre los diferentes estratos sociales está aumentando de forma progresiva en nuestro país. Ligado a la recesión económica, y exacerbado por una seria de medidas políticas, esto nos ha llevado a una situación cada vez más preocupante. Esta crisis no se asemeja a una gripe que se cura con un par de recetas médicas, ni tampoco se ha producido porque hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Se está tratando de inculpar a los ciudadanos para que acepten de forma sumisa a una serie de preceptos teóricos liberales que les llevan a la merma de su bienestar y felicidad colectiva, que económicamente no es rentable si se tiene en cuenta.
Por tanto, se requiere una profunda reflexión acerca del aumento progresivo de la desigualdad en España y la mayoría de democracias consolidadas, así como el análisis de sus efectos sobre el bienestar de los ciudadanos, lo que permitirá centrarse en las posibles soluciones o cambios necesarios para revertir ese proceso.
La desigualdad invade todos los ámbitos individuales y sociales de las personas. Está muy relacionada con la pobreza, ya que condiciona el acceso de unos recursos básicos mal repartidos entre los más ricos y los más desfavorecidos. De ahí que haya aumentado a ritmos vertiginosos en todos los países de la OCDE en los últimos treinta años. La crisis ha contribuido en esa dirección, como lo pone de relieve el incremento del índice de Gini (que mide la igualdad de ingresos dentro de un país) correspondiente a España, de los más altos de la UE. Además, los ajustes de austeridad también están influyendo severamente. Según datos del INE, la renta media de 2012 es inferior en términos de capacidad adquisitiva a la de 2001, lo que unido a la falta de cobertura social por los recortes supone un aumento de la pobreza. De acuerdo con un estudio de Intermón Oxfam, si seguimos por la senda de los recortes, España alcanzaría los 18 millones de personas en situación de exclusión social en 2022 y nos situaríamos de un 40% de pobreza en 10 años. Lo que supondría que el 20% de las personas más ricas, ganarían un 15% más que el 20% más pobre. Esto nos sitúa a la cola de Europa en niveles de desigualdad, similares a los de Lituania y Bulgaria.
Estos datos tan alarmantes refuerzan unos efectos devastadores en la población.
a.-El aumento del desempleo y la precarización del trabajo, intensificando por la última reforma laboral y la destrucción de empresas. Esto aboca a los ciudadanos a una carencia de bienes materiales y servicios básicos cada vez más acentuada.
b.-Al desmantelamiento de las prestaciones sociales mediante recortes llevados a cobo por el actual Gobierno, que deterioran la educación y la sanidad públicas. Dejando de ser universales y, por tanto, un derecho. La subida de tasas o la destrucción de becas se traduce en un aumento de la desigualdad, ya que solo los más pudientes podrán costearse la educación.
c.-Una juventud sin futuro, que debe emigrar para intentar encontrar un trabajo. A pesar de haber recibido una educación gracias a nuestro Estado social, mediante la contribución de los impuestos de todos los ciudadanos, no revertirá en desarrollo para nuestro país.
d.-Un aumento del umbral de pobreza en España, que alcanza el 21,8%, uno de los más elevados de toda la Unión Europea. Esto contribuye a polarizar a la sociedad española.
e.-Los derechos de las minorías también se ven mermados con retrocesos en la cobertura y en la legislación. La igualdad de género, la inmigración a los discapacitados se encuentran entre los más perjudicados cuando la desigualdad aumenta.
f.-Los beneficios económicos de las grandes fortunas y empresas, sin embrago, se mantienen a pesar de la crisis, lo que agranda la brecha social.
g.-El malestar de los ciudadanos crece, la cohesión social se rompe y los movimientos sociales salen a las calles. El sentimiento de injusticia y de desafección hacia los que toman las decisiones conduce a la movilización para intentar promover otro tipo de soluciones a los problemas sociales.
La desigualdad influye de manera determinante en la infelicidad colectiva de los ciudadanos (Wilkinson y Pickett, 2009). No son más felices quienes viven en los países más ricos, sino allí donde la renta es más equitativa. Esto se debe a una menor competición e injusticia derivadas de la desigualdad. Por ejemplo, Reino Unido y Estados Unidos presentan niveles muy altos de desigualdad, en cambio los países nórdicos disfrutan de los niveles más altos de igualdad social, pues aplican políticas redistributivas muy sólidas. Además, la desigualdad influye más de lo nos pensamos en problemas sociales como obesidad, violencia, enfermedades causadas por el estrés, fracaso escolar,etc.
Entonces, ¿por qué se sigue incidiendo en medidas políticas que aumentan las diferencias sociales y están ampliamente contestadas por los ciudadanos? La desigualdad estructural es expresión de una voluntad política y económica que así lo ha decidido. El camino para cambiar esta senda no es fácil. Algunas premisas para ello serían:
-La igualdad como prioridad. No solo a través de políticas redistributivas y de gasto social, sino también mediante un cambio en los valores imperantes de competición e individualidad, que convierte a los ciudadanos en súbditos de la economía y del utilitarismo.
-Nuevo proceso regenerador. Es necesario transformar las instituciones y partidos políticos, pues las cùpulas de poder están muy alejadas de la realidad social y no representan los intereses del ciudadano de a pie. Las estructuras jerarquizadas deben abrirse y dejar a nuevas generaciones e ideas.
-Mayor regulación y penalización. Una fiscalidad más justa, de carácter pregresivo que grave más a las rentas altas y no incremente el IVA de manera indiscriminada, y una mayor penalización de la corrupción y la especulación. No solo judicialmente, sino también debería cambiar la laxitud cultural que mostramos ante tales comportamientos.
Revertir esta situación es imprescindible para poder disfrutar de unos mínimos de bienestar al que se está privando cada vez a más ciudadanos. La desigualdad es en gran parte resultado de las decisiones políticas que se han tomado para abordar la crisis económica. Las consecuencias son un aumento de la pobreza y del avismo entre las clases sociales, dramas personales que o bien nos tocan de cerca, o bien sufrimos indirectamente.
A este respecto, no conviene olvidar las advertencias de Tony Judt (2010) en Algo va mal: “La desigualdad es corrosiva. Corrompe a las sociedades desde dentro. El impacto de las diferencias materiales tarda un tiempo en hacerse visible, pero, con el tiempo, aumenta la competencia por el estatus y los bienes, la personas tienen un creciente sentido de superioridad (o de inferioridad) basado en sus posesiones, se consolidan los perjuicios hacia las que están más abajo en la escala social, la delincuencia aumenta y las patologías debidas a las desventajas sociales se hacen cada vez más marcadas. El legado de la creación de riqueza no regulada es un efecto amargo”.