El pasado sábado 17 de mayo, mientras estábamos de turismo por Priego de Córdoba tras haber asistido al campeonato de Andalucía Promesas de karate, mi hijo Daniel de 2 años sufrió una crisis de convulsión febril en la plaza del ayuntamiento.
Era la primera vez que nos ocurría, y nos entró pánico de ver a nuestro pequeño convulsionar con los ojos en blanco echando espuma por la boca y perder la conciencia. Se nos pasó lo peor por la cabeza. Aunque después nos han aleccionado los médicos sobre cómo reaccionar, el momento fue terrible.
Afortunadamente nos ayudaron varios ciudadanos anónimos de Priego, y la policía local se comportó ejemplarmente, con una profesionalidad digna de elogio. En tiempo record nos trasladaron al centro de salud, donde un ejército, o eso me pareció a mi en aquellos momentos de pánico, de profesionales sanitarios se encargaron, una vez más con una profesionalidad y dedicación encomiables, de estabilizar y tratar a mi hijo.
En todo momento los agentes de la policía local estuvieron a nuestro lado. Un agente permaneció con el resto de mi familia, incluidos los dos hermanos de Daniel, en estado de shock, en la plaza atendiéndoles y tranquilizándoles, manteniéndoles informados de lo que sus otros compañeros, los que nos habían trasladado en su vehículo, conduciendo a todo lo que daban, y que se quedaron asistiéndonos en el centro de salud, les transmitían.
Una vez estabilizado el niño, en la puerta llevaba tiempo esperándole una ambulancia para trasladarle al hospital Infanta Margarita de Cabra, donde la atención y amabilidad de todo el personal fue de nuevo impecable. También seguían allí los policías locales que me acompañaron a reunirme con el resto de mi familia, y uno de los ciudadanos, lamentablemente anónimos, que nos había asistido inicialmente y que quería asegurarse de que todo estaba bien.
No pudimos ver Priego, no nos dio tiempo, pero nos llevamos el recuerdo de la dedicación y la atención excepcional de los servidores públicos que nos ayudaron y evitaron, con su esfuerzo y dedicación que mi hijo sufriera más. Les ruego que les transmita mi agradecimiento. Sabemos que es su trabajo, que están entrenados para ello, que probablemente sea vocacional y que para ellos no es más que un suceso más de los que verán y atenderán continuamente, pero para nosotros, en una situación de angustia y desorientación, fueron la luz y los guías que nos hicieron salir de aquel túnel.
Muchas gracias a los ciudadanos que llamaron al 112, a los policías locales que nos trasladaron y nos acompañaron, a los médicos y enfermeros/as que trataron a mi hijo tanto en el centro de salud de Priego como en el hospital Infanta Margarita.