Vivimos una etapa de gran incertidumbre. Cada día leemos y escuchamos noticias que nos hacen tambalear y dudar. Mirando hacia atrás puedo ver la larga escalera que ha sido este año para mí, en la que cada escalón implicaba un gran cambio en mi vida, y creo que todos estamos igual. Llevo más de cinco meses sin abrazar a mis padres y más de año y medio sin siquiera ver a mis abuelos. El tiempo pasa y nosotros nos sentimos en la cuerda floja, notando todas las vibraciones del mundo cambiante a nuestros pies. Miedo, frustración, cansancio, incluso desesperación…
Cuán difícil es mantener la cordura estando rodeados de tanta inestabilidad. Y sin embargo, difícil no significa imposible. Y es que, después de atravesar múltiples terremotos a lo largo de mi vida, he descubierto que la única manera de no caer es aferrarme a algo firme, resguardarme en lo seguro.
Y lo único inmutable en este mundo, el verdadero refugio, sé que puedo encontrarlo en el Dios de la Biblia. En un Dios que no cambia frente al tiempo ni las adversidades, un Dios justo, que me ama hasta el punto de entregar su vida por mí. Un Dios al que ninguna circunstancia coge por sorpresa. Durante los momentos de quietud que hemos vivido en casa, decidí coger mi Biblia y estudiarla, y pude ver entre sus páginas a ese Dios que está deseando ser conocido, ese Dios que desea traer su paz al mundo y a nuestros corazones.
En este tiempo tan corto y tan largo a la vez he vivido en dos ciudades y cinco casas distintas, he llorado, he reído, me he casado… No imaginaba que la vida traería tantas sorpresas ni tantos giros de guion. Pero a pesar de todo, estoy feliz, porque sé que he crecido, y que las cosas que he aprendido en este año de incertidumbres me acompañarán para siempre. Ahora sé que cuando vuelva a sentirme en la cuerda floja, solo tengo que abrir mi Biblia para encontrar la estabilidad que necesito.