Pelagio F.S.
Viernes 19 de agosto de 2016 - 17:02
generica

Apremiante sería aplicar la abstinencia semanasantera al circo de las mediocres autoridades gubernativas. La política es un escenario de máscaras, ficción y seducción para conseguir un fin sin importar cómo. Nuestros gerifaltes no pueden legislar en pos de la igualdad de derechos y libertades, porque no se consideran “uno entre iguales”, sino “primus inter pares”, y jamás cederán a sus privilegios.

Los villanos servidores públicos sólo legislan para legitimar la desigualdad y la diversidad. Se merecen como premio que nos abstengamos de votarlos y ayunemos de ellos durante un tiempo. ¿Se darían cuenta?
En la situación de crisis económica actual, ellos y los prebostes líderes sindicales predicarán moderación salarial, mientras aumentan el gasto en mastodónticas administraciones, se suben el sueldo y colocan a dedo a suegras, yernos y amiguetes.
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Como dice el refrán: “Dime de lo que aborreces, y te diré de lo que careces”. La “plebe intelectual” vilipendia a quienes han conseguido su estatus con esfuerzo y talento, pero no desprestigiarán a los que prostituyen la eventualidad de su cargo a cambio de favores. Si eres persona rigurosa y exigente no serás profeta en tu tierra; si eres transigente y dócil, tus incondicionales buscarán su comisión, y si no la obtienen pasarán a ser traicioneros detractores. Increíble es que, muchos colocados en pro del nepotismo y el enchufe, sin conocimiento ni capacidad para ejercer el cargo, llegan a quejarse de no hacer nada y querer hacer menos; pero no se preocupen que si se entera el jefe no pasará nada, pues como mal endémico de la administración pública en que el jefe depende de sus súbditos, no los incomodará por temor al voto.
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Razonable proverbio filosófico es que los plebeyos se irritan al ver tratados desigualmente a los iguales, pero no se inmutan si se trata igual a los desiguales. La mala educación y escasez de valores, desdeña las cualidades y méritos de las personas formadas en la familia, en la escuela y en la vida. El chabacano niega la existencia de personas superiores, no en derechos y deberes, sino en cualidades y capacidades, y pretende la igualdad a nivel laboral y económico entre el paria y el noble intelectual, entendido éste más como catedrático de los saberes de la vida y de  la ciencia, que del servilismo  soez y vergonzoso del que no hace nada porque ni quiere, ni sabe. Como diría un amigo: menos mal que no sabe, porque si no ocuparía tu cargo.
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Obcecados por la igualdad, hay quienes pretenden la supremacía de los inferiores sobre los superiores. Aquellos, que casi siempre se preocuparon poco y se sacrificaron menos por su formación, abogan ahora por exigencias que no les corresponden. Muchos de ellos, resentidos con los desiguales entregados al esfuerzo del estudio, han conseguido auspiciados por la pasividad de los poderes públicos y la impudicia sindical, saltar a la cabeza de la pirámide trabajo-sueldo. En una escala profesional de uno a diez, un trabajador no cualificado ni titulado de nivel tres, no debería percibir un salario mayor que el de nivel ocho; lo peor es lo que dicen con sorna y sin rubor: “Para qué tanto estudio y preparación; yo gano más, tengo mejor coche y vivienda, y un pisito en la playa”. Algunos trabajan 10 horas al día, que en facturas resultan 15 cobradas; bueno, qué digo factura oficial, más bien un albarán sin IVA y sin CIF, que nos beneficia a todos, y por tanto “negro, que te quiero negro”. ¡Qué alegría!
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Sensación profunda de estafa es lo que sentimos con la llegada de estos personajes a las instituciones. Con mucho descaro pero nulo talento y preparación, se arrogan poderes que no les corresponden, cambian lo que haya que cambiar, llegan a acuerdos y firman documentos, no para regenerar la corrupción política, sino para practicar además la corrupción moral a cara descubierta, institucionalizando los nombramientos a dedo de sus cargos de confianza. Su ineptitud los lleva a mandar tiránica, pero democráticamente con el, “esto es lo que hay”, convirtiéndose en una casta más rancia y déspota que la que tanto criticaban. Aprovechan su poder omnipotente,  su exigua aptitud y su ridícula actitud, para subyugar a todo el  que los supere en razón y competencia positiva, convertidos en altos dignatarios de quienes deberían ser sus lógicos regidores. Sin duda, la democracia es una creencia patética de la sabiduría colectiva en la ignorancia individual.
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Temeraria y tenebrosa, la envidia es connatural al ser humano. Por bien que gestione un gobierno, habrá cónsules y tertulianos de otro credo, a quienes corroerán sus entrañas las mejoras conseguidas, y desearían que el bien general, fuera mal general.
Nos recuerda la fábula de las dos alforjas: en la alforja delantera colgarán sus pocas virtudes personales para, con toda vanidad y egolatría,  tenerlas siempre presentes; y a la espalda, la alforja con todos los defectos y carencias, para no querer saber nada de ellos. Algunos travestidos procedentes del régimen franquista, ahora acérrimos defensores y publicistas de la izquierda, olvidan el  ineficiente e incompetente gobierno de Zapatero, y cantan a coro y orquesta el “Gaudeamus igitur” para celebrar sus insignes proezas. El cinismo de senadores y opinadores rencorosos, camuflará las  consecuencias de sus atrocidades y culparán al adversario de su ignorancia y torpeza.
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Intereses bastardos se anteponen a las necesidades de los ciudadanos, que no dejan de gritar: “Más altruismo y generosidad y menos altanería y egoísmo”. Democracia para todos y con participación de todos. No es legítimo un gobierno que no representa ni a la mitad de los ciudadanos o que olvida y desprecia a los demás como ocurre con las mayorías absolutas. Utópico es también un gobierno consensuado por todos, con representación alícuota.
Como la libertad y los derechos tienen sus límites, habría que hacer una salvedad. Sólo debería permitirse participar en los comicios y por ende en tareas de gobierno estatal, autonómico y municipal, a partidos y personas que respeten la constitución, las instituciones y las leyes. Creo que algunos no cumplen los requisitos.
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Cotejamos en otra ocasión utopías tan concretas y abstractas como la verdad y la mentira. Antes se decía: “Las palabras se las lleva el viento” y “Donde digo digo, digo Diego”; de lo que deducimos el aforismo latino: “Verba volant, scripta manent”. Es decir, sólo lo escrito tiene valor y debe cumplirse. ¡Cómo ha cambiado el tiempo! Antes, la palabra dada era suficiente para cumplir un compromiso; después pasamos a que lo único que nos comprometía en un contrato era lo escrito. Pues hoy, tampoco es así: “El papel lo aguanta todo”, y se le hace decir lo que se quiere e interesa
Desgraciadamente ocurre en la interpretación de la constitución, del código penal, y sobre todo en los acuerdos de los partidos políticos, que se pueden convertir en papel mojado, si el contrato con un nuevo amante es más rentable que el anterior, y al final aquella querida novia se queda compuesta y sin boda. ¿Violará Sánchez el compromiso con Ribera y llegará a un amancebamiento adúltero con Iglesias?
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Obvio es que en el ámbito político actual todo está grabado con sonido e imágenes imposibles de desdecir y ocultar por nuestros tribunos maledicentes. Oprobio de taimados es el uso de palabras elegantes que no suelen ser sinceras, pues las sinceras no suelen ser elegantes ni retóricas. ¿Qué decir de la paradójica sinceridad del líder, que sin galanura ni garbo, ha puesto a caer de un burro a su novia, comprometida con claros indicios de enlace matrimonial? Qué delicadeza, qué finura la de gladiadores de lengua viperina, armados con daga y tridente, increpándose desde hace tiempo con preciosos improperios, y ahora dispuestos a declararse amor puro para formar gobierno. ¿No es bonito el romanticismo político de quienes no comparten nada, o quizás sí, ni se soportan? ¡Qué hermoso es el desinteresado amor!
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Si ni siquiera las palabras sinceras son verdad, el camaleonismo político los hace pasar de la verdad a la mentira en un santiamén, y a mentir hasta cuando parecen sinceros. La juvenil lozanía de algunos los lleva a cometer otro error:“hablar mucho, sabiendo poco”.
Con más experiencia aplicarían la máxima al revés y mentirían menos: “Quien sabe mucho, habla poco”. Pero esa virtud escasea en nuestros dirigentes.
Amnesia total, y lo prometido, olvidado. Para dar el pego fueron al Congreso, un día andando, dos en bicicleta, tres en taxi…; mira tú qué tontos, en un mes han pasado de eliminar coches oficiales, a que éstos los recojan y dejen en la puerta de su casa, ocupando la acera. ¡Ay Sr. Zapata!, si usted hubiera sido judío o Irene Villa, ¿le hubieran gustado sus exquisitos tuits?
Así terminamos estas fraudutopías acrósticas. Éste es nuestro país; país de listillos idiotizados, o quizás de imbéciles espabilados. ¡Qué pena! Lo que éramos, lo que somos y lo que “podemos” ser.

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