12 de mayo de 2010, el presidente Rodríguez Zapatero presenta en el Congreso de los Diputados el mayor recorte del Estado de Bienestar conocido en España, tras haber dilapidado las arcas llenas que heredó de los gobiernos de Aznar. Haciendo caso omiso a todas las advertencias sobre la crisis, tal como suelen conducirse los nuevos ricos que administran sin rigor lo que disfrutan sin haber aportado sacrificio alguno para ello, le dio la puntilla a las arcas públicas con un “Plan E” de gasto ocioso e improductivo. Diez años después y tras dos años de sanchismo en el poder, el desequilibrio de las cuentas públicas se ha incrementado en 25.000 millones de euros dilapidados para captar voluntades en los llamados “viernes sociales”, al tiempo que nuestra economía se sitúa al borde de una intervención en plena crisis sanitaria que arrastrará a la mayor crisis económica y social desde la postguerra.
Los expertos coinciden: hay dinero hasta finales de junio. A partir de ahí, con una pérdida de nuestro PIB del 15 %, un déficit cercano al 13 % y un paro que puede acercarse al 30 %, nuestras finanzas estarán en quiebra, de la que solo podremos salir con la ayuda de la Unión Europea. Y nuestros socios comunitarios, exigentes con la ortodoxia calvinista, llevan alertando sobre el gobierno de un país, el nuestro, que lleva “dos años generando problemas”, agravados ahora con la “exhibición en su seno de comunistas doctrinarios” según expresiones de cancillerías comunitarias. Para poder seguir pagando a la mitad de la población, o sea a los casi 22 millones que suman funcionarios, pensionistas, desempleados y subsidiados diversos, habrá que financiarse con las ayudas europeas que, por mucho que pretenda Sánchez, tendrán la condicionalidad propia de toda contraprestación: quien presta dinero lo hace bajo condiciones. Así, el recurso al SURE para atender gastos originados por la pandemia del coronavirus exigirá la acreditación de la efectiva realización del gasto extraordinario. Y la inminente petición al MEDE, por mucho que se quiera diferir, exigirá unos ajustes fuertes imprescindibles para controlar el gasto desbocado e improductivo, que será controlado por el mecanismo de estabilidad a la vista de los incumplimientos de los objetivos de déficit reiterados por el gobierno de España.
Y por muchas vueltas que la “progresía sanchista-podemita” intente darle a la quiebra, el desajuste de nuestras cuentas solo podrá corregirse con la disminución del gasto ya que las ubres de los ingresos están secas por mucho que se pretenda incrementar los mismos con nuevos impuestos (¡otra vez el rum rum de los ricos!) que, lejos de incrementar la partida, provocarán el cierre de empresas y la disminución de contribuyentes que serán aherrojados al paro y la inactividad. Tres estudios recientes, la autoridad fiscal independiente de la AIReF, la Fundación de Estudios Económicos Aplicados FEDEA, y el BBVA Research coinciden en que se producirán enormes desequilibrios en nuestras cuentas públicas por una merma notable de ingresos. En consecuencia, habrá que hacer hincapié en el recorte del gasto, lo que tensionara la relaciones con la marca morada de la coalición gubernamental. Ello implicará que los escudos sociales, prioritarios por razones humanitarias, deberán articularse con el máximo rigor para evitar que se conviertan, con la picaresca habitual, en portones para el acceso a la vagancia, el clientelismo y la fullería.
Los mensajes que se lanzan desde el Gobierno no son nada tranquilizadores ya que se están cuestionando nuestras fuentes de riqueza. Presentar al sector agrícola poco menos que como esclavizador de personas en pleno siglo XXI, o al sector hotelero y turístico como precario y de poco valor añadido, cuando agricultura y turismo son esenciales e imprescindibles en la recuperación de nuestra economía, no es sino la consecuencia de estar regidos, en el momento de mayor incertidumbre económica del último siglo, por una panda de aficionados.... salvo que no sean tales sino verdaderos hacedores de ruinas que siempre han sido el caldo de cultivo para imponer esa dictadura del proletariado que tanto gusta a los teóricos que no han trabajado en su vida.
Se avecinan, pues, tiempos difíciles que solo se pueden superar con rigor en la gestión de los intereses públicos y el esfuerzo y el tesón de las clases medias españolas que, una vez más, serán las verdaderas hacedoras de la recuperación económica y la moderación social. Son ellos, los que hoy sufren en silencio el cierre de sus negocios, trabajan sin descanso desde sus propios ordenadores, disciplinan su conducta sin dejarse llevar por la indignacion que produce la mala gestión de una pandemia o no concilian el sueño ante el futuro de incertidumbre que se enseñorea de su mente, son ellos, digo, los que echarán sobre sus hombros el resurgimiento de un país que, una vez más en su historia, ha tenido la desgracia de unos gobernantes de ínfima categoría.
El pueblo español, ese que pocas veces ha tenido unos gobernantes que merezcan tal nombre, saldrá fortalecido de esta crisis. Y habrá aprendido muchas cosas por propia experiencia, en especial que son ellos, cada uno, los protagonistas de su futuro porque España solo se levantará desde la libertad de pensamiento crítico y no desde la concesión graciosa, el aprobado general o la paga sin trabajar. También se habrá percatado que el Estado no es el hacedor del progreso, que este solo es posible con el dinero que las personas ganan por sí mismas. Que no hay más dinero público que el de los contribuyentes y que, por tanto, el dinero público es el que el Estado recauda a algunos ciudadanos para dárselo a otros, de ahí que, con razón, Margaret Thatcher dijera que “el socialismo se acaba cuando se le acaba el dinero de los demás”.
Y sobre todo, es posible que se aprenda a votar con la cabeza y no con las vísceras, cansados de unos políticos que, lejos de asumir sus responsabilidades echan la culpa de sus errores a los adversarios. Porque haber entronizado en la presidencia del Gobierno a alguien que ha hecho de la mentira su norma de conducta es un error que debe hacerle reflexionar a la ciudadanía, aunque es cierto, como dijo Mark Twain, que “es más fácil engañar a la gente que convencerlo de que la han engañado”, lo que no obsta para que recordemos la advertencia de Concepción Arenal, según la cual “el error es un arma que acaba por dispararse siempre contra el que la emplea”.
En todo caso es la parte activa de la sociedad actual, los que gozaron del régimen de libertades, democracia y bienestar que les trajo la Transición, tan denostada por los profetas del populismo, los que van a enfrentarse a un panorama que solo conocimos los que nos criamos en la postguerra. Un panorama donde términos como hambre o miseria pueden volver a escucharse entre el desgarro de la pérdida de la propia dignidad humana. Y es esa generación, la que nació en los años setenta del siglo pasado, la que debe asumir el compromiso de repetir el milagro de quienes les precedieron. Con las mismas armas de sus antecesores: esfuerzo, trabajo, conocimiento, disciplina, respeto, moderación y libertad. Y desconfianza ante las fáciles promesas de los demagogos de turno que, como siempre, vivirán del cuento.
POST SCRIPTUM.- Hoy, 16 de mayo de 2020, ha muerto Julio Anguita. Marxista utópico, en el sentido más positivo del término, fue sobre todo un ejemplo de coherencia, que es la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace. Tuve con él, compañero desde distintos planteamientos ideológicos de la primera Legislatura del Parlamento Andaluz, los contactos suficientes para estar convencido de que ese comunista auténtico hubiera sido purgado en un régimen comunista. Descanse en paz.