No me gusta la palabra machista, tampoco me gusta la palabra feminista. Son dos términos que me provocan sentimientos incómodos. Machista para mí es: yo soy el hombre, lo que yo digo es lo que cuenta, soy el poderoso y tú eres inferior a mí. Feminista: soy del bando contrario y defiendo a ultranza a las mujeres y sus reivindicaciones.
Pero entre esa batalla de palabras se ignoran o se pisotean otras mucho más importantes, imprescindibles. La primera para mi la humanidad, y tras ella respeto, consideración, amor al prójimo…etc.
A este mundo llegamos todos de la misma forma y acabamos, afortunadamente en el mismo lugar (nada), por tanto todos somos iguales, seres humanos. Personas unas mejores, otras peores, buenos y menos buenos, tanto hombres como mujeres. Y somos contradictorios unos y otras.
Sé de muchos hombres buenos, maravillosos, a los que tanto los machistas como las feministas alguna vez los han calificado de calzonazos, rodríguez…¿por qué?
De mujeres estupendas que por tener a su compañero, marido…, encantado y complaciente con ella la tachan de dominante, de manipuladora, ¿por qué?
Pero la palabra que hoy me empuja a escribir mi artículo es VIOLENCIA, palabra fea, detestable en cualquier rincón del mundo.
Sinceramente, no creo que la violencia entre los humanos vaya a menos, más bien al contrario. Como dijo José Saramago “no soy pesimista, es que no me gusta el mundo que veo”. Y veo que a pesar de las leyes, de las medidas de protección, de alejamiento… no dejan de morir mujeres a manos de sus parejas.
La violencia hacia la mujer ha existido siempre, pero antes se silenciaba porque la mujer no era escuchada si denunciaba y porque ella misma era presa del miedo al marido, al qué dirán y a que se les tachara de “gentuza”.
A nadie le gusta que su matrimonio fracase, pero el amor no está sujeto a voluntad y si no se abona con buenas dosis de desprendimiento y brota el egoísmo, el desencanto y el desamor pues ¿ahora qué? Si es el hombre el que dice hasta aquí hemos llegao porque no quiero seguir contigo pues la historia se termina (no sin conflictos) pero se termina. Pero si es la mujer la que dice este matrimonio o noviazgo se ha acabado, esa ya es otra historia. Hay muchos hombres (y también mujeres) que no asumen que nadie es propiedad de nadie.
“Si no eres mía no serás de nadie”
“Si me denuncias te mato”
“El marido la ha matado, algo habrá hecho”
“Es que tuvo un arrebato de celos”
Vaya frases, yo las he oído.
En un reportaje que vi hace unos días, mujeres pakistaníes mostraban su rostro desfigurado por quemaduras con ácido, desfiguradas para siempre por hombres repugnantes y cobardes. En España ya son 61 las mujeres asesinadas por hombres indignos de llamarse hombres. Y lo más triste de todo son las víctimas inocentes que se quedan sin madre, niños-as que han presenciado episodios violentos y que quedan traumatizados para siempre. Ojalá desapareciera el 25 de noviembre con el significado que hoy tiene.
Porque las leyes no sirven de mucho sin un cambio de mentalidad. He oído de estudiosos en este asunto, que hay una nueva corriente de dominio de los chavales jóvenes sobre las chicas que, lejos de repudiarlos, se comportan de manera sumisa. Ingenuas cuando pasamos por alto detalles que no nos gustan pensando, cambiará.
No nos engañemos, cada uno somos como somos, podemos modificar un poquito nuestro comportamiento pero la esencia de nuestro yo permanece. Hazme caso niña, no te dejes maltratar por ningún chico por muy enamorada o necesitada de afecto que estés, porque un maltratador no cambia.