Se acerca el Día de Todos los Santos y en las calles de Barcelona, la ciudad donde habito, emergen estos días como setas los puestos ambulantes de venta de castañas asadas, mientras los escaparates se convierte en expositores de las típicas batatas, los mazapanes, las frutas escarchadas y los tradicionales y exquisitos “panellets”, esos pasteles pequeños, redondos y dulces hechos en todas las variedades imaginables, aunque el más conocido es el de almendras molidas en una pasta y capas de piñones.

Frente a “Halloween” y sus insulsas calabazas, esta tierra sigue apostando por sus auténticas y genuinas tradiciones, frente al miedo la fiesta.
Este año celebraré mi primera “Castanyada”, una fiesta que se celebra en la víspera del Día de Todos los Santos y que, según la tradición, proviene de la costumbre cristiana de tocar a muertos constantemente durante toda la noche; amigos y parientes acudían a las iglesias para ayudar a los campaneros a realizar esta dura tarea, y todos consumían alimentos altamente energéticos para no desfallecer. De ahí la tradición de consumir en estas fechas las ricas castañas asadas y los exquisitos “panellets” en todas sus modalidades. Una tradición que ha derivado en una verbena y que se celebra en el ámbito familiar, escolar y comunitario, ya sin referencia a los muertos.
Tradición y modernidad se mezclan en esta ciudad en perfecta simbiosis. Mientras compramos y consumimos las ricas y nutritivas castañas el viento frío de otoño nos vuelve a traer el canto con el que las antiguas castañeras anunciaban su industria:
"Calentes i grosses; qui en vol, ara que fumen?” /
“Calientes y gordas, ¿quién quiere ahora que echan humo?”