Para el presidente de la Caja Rural de Córdoba, Manuel Enríquez, “los medios (de comunicación) dan mucha información que la gente no tiene capacidad de discernir”. Lo dijo en la presentación del Anuario Económico del Diario Córdoba, en el mismo acto en el que el consejero delegado de la sociedad de valores Tressis, José Miguel Maté Salgado, aseguró que lo de la crisis económica empieza a ser pasado.
La afirmación de Enríquez, que va ya para una veintena de años en puestos de la cúpula de la cooperativa de crédito, viene a constatar que algunos se creen que transitan por la vida una cuarta por encima de los demás, como levitando.
No es exclusivo del segmento social que podría representar el presidente de la Caja Rural cordobesa, apegado a la propiedad de la tierra, conservador, muchas veces recalcitrante y tildado de un sentido de la sociedad que se basa en el dominio de los poderosos y en el ejercicio de la caridad, cuando se produce, como santo y seña de la política social.
Para este biotipo de persona, las cosas están bien como están, unos pegados al suelo, que se trata de cultivar la tierra, y otros una cuarta por encima de la masa obrera, que debe empeñarse en seguir siendo obrera y no cultivarse intelectualmente. Para ellos, el único cultivo al que se tiene que dedicar el pueblo es al de las tierras que la oligarquía es propietaria.
Es lo que aquella pancarta tan bien expresaba en una de las movilizaciones contra las arremetidas de Esperanza Aguirre contra la igualdad de oportunidades en la educación: ¿para qué quieres una carrera si puedes ser peluquera?
Habrá gente que no podrá discernir algo de lo que dicen los medios de comunicación como este periodista es incapaz de distinguir entre dos tipos de suelo, cosa que sí se supone que Manuel Enriquez puede hacer, ya que en su currículum consta que es ingeniero agrónomo.
Pero seguro que Enríquez tampoco quizás podrá discernir algunas cosas, por ejemplo, el Tratado sobre el Comercio de Armas aprobado por Naciones Unidas, sobre todo por cuanto en sus actividades profesionales no consta que se dedique ni tenga intereses en la fabricación de armamento, que para eso ya tenemos al ministro de Defensa.
Tiene su punto de desprecio la afirmación generalizada del presidente de la Caja Rural de Córdoba hacia el conjunto de la sociedad, incluso en el uso del término “gente” para referirse al universo consumidor de medios de comunicación.
En el contexto en el que hizo la aseveración es muy probable que Enríquez no tuviera esa intención, pero, sin lugar a dudas, dejó traslucir la esencia de lo más rancio del conservadurismo español.
Pero, como quedó apuntado más arriba, eso de considerarse un escalón por encima de los demás no es exclusivo de los conservadores. Algunos de los que se tienen por progresistas también se tienen un escalón, o dos o tres, por encima de aquellos a los que se dirigen y a los que pretenden liderar.
Este modelo de progresista no ilustrado se cree en posesión de una verdad que se encuentra en la realidad paralela en la que viven, investidos de una permanente intención de manipulación de quienes se dirigen como si la mayoría de edad hubiese llegado sólo a ellos a su círculo y el común de los mortales debieran dejarse guiar como borregos en un rebaño.
Es lo que viene a reflejar el periodista Winston Manrique Sandoval en su trabajo “Lo que la cháchara política esconde”, en el que no sólo atribuye a la izquierda la intención de gobernantes, políticos y empresarios españoles de saquear el lenguaje con el objetivo de maquillar la realidad.
Porque unos y otros no dejan de formar parte de las élites extractivas descritas por los economistas Daron Acemoglu y James Robinson, unos por nacimiento y por su condición de propietario de la materia prima de generación en generación, en el sentido más puro del término (la mayoría genera riqueza en beneficio de unos pocos), y los otros porque están en la cosa pública porque “el interés particular tenderá a prevalecer sobre el interés general”, como acierta a concretar César Molinas en “Una teoría de la clase política española”.
Y para mantener su interés particular sobre el de todos hay que ponerse por encima de los demás, aunque esa posición sea más falsa que el despido de Luis Bárcenas.