Juan Damián Sánchez Luque
Lunes 19 de octubre de 2015 - 11:53
generica

Aunque la noticia  (que no es reciente) llevaba ya días en la prensa yo -por motivos de sensibilidad personal- no la había querido leer y hoy lo he hecho.

Hace ya tiempo escribí una nota sublevándome por la indiferencia que produce la muerte de personas adictas a drogas. El motivo de mi nota y mi repulsa era que la noticia decía,  "han muerto mas de una decena de drogadictos". ¡Pero cuantos!. Leí varios periódicos y no pude sacar más.
Después  leo que en  un centro de rehabilitación de Chile: "han muerto mas de veintiséis internos del centro". Ya volvemos a la misma historia de siempre, ¿tanto cuesta contar los cadáveres de los adictos que mueren?. Debido a mi profesión he podido ver bastantes cadáveres y entre ellos también de adictos  y puedo asegurar que no hay significativas diferencias entre unos y otros. Luego no entiendo por que no se cuentan y nos enteramos del número de defunciones de una forma exacta. Pero, claro. Esto no importa demasiado, eran "drogadictos".
Como aquí nadie da puntada sin hilo llego a pensar que el no determinar el número exacto de muertos se debe a cuestiones inconfesables como el que el edificio no reunía las mas mínimas condiciones de habitabilidad, y los pobres estaban allí estabulados y por supuesto que el incendio no fue fortuito. De este modo llegado el caso de tener que responder ante la justicia se juzgaría por un número indeterminado de muertes.
Como el edificio siniestrado estaba en lugar céntrico, verán que poco tardan en construir otro nuevo dedicándolo a un uso mas rentable.
Bien aprisionados debían estar para no haberse podido escapar.
Dice la noticia que una mujer arrodillada en el suelo exclamaba "ahí estaba mi hijo". Cuanta desesperación y cuanta impotencia.
Rosa, -creo que se llama así la madre en cuestión- allí no solo estaba tu hijo; estaba el mío, el del que lee esto, el del vecino y el de todos. Los hijos de tantos que se los lleva la droga maldita. Mueran de la forma que sea, ellos confluyen en el mismo sitio. Confluyen en la gloria, porque su infierno lo vivieron, de forma prematura en este asqueroso mundo donde nadie (casi nadie) los quiso nunca.
Sirva esta humilde nota como postrero homenaje a tantas victimas inocentes (demasiadas victimas inocentes) que van cayendo diariamente a lo largo y ancho del mundo.
Descansad en paz.
Dirán que siempre soy portador de malas noticias. Más quisiera yo que nada fuese verdad, pero lo peor de todo es que siempre diciendo y siempre quedándome corto. Otros me dicen que ya canso de andar siempre con el mismo tema y yo pienso que prefiero cansar hasta el hartazgo antes que sumar mi silencio al de tantos otros silencios unas veces cómplices, otras cobardes , otras vergonzosos; y que se yo cuantas cosas mas.
No, no quiero callarme; me da lo mismo (a estas alturas ya si) que oigan lo que digo o que hagan caso omiso. Bastante tiempo habré de estar callado cuando me llegue la hora de callar para siempre.
Pero no me pueden sellar los labios mientras el hacha homicida e impasible va cortando con certera habilidad esos árboles tiernos, antes de que hayan dado sus primeros frutos.
Me duelen todos ellos sin excepción. Unos por que eran de mi bosque, otros, por que sin serlo, caían por las mismas sinrazones y desidia que los que me son propios.
Maldita hacha que cercena tanta vida. Maldita indiferencia que no ve los destrozos del hacha y maldita cobardía que no corta los brazos (cada vez mas musculados) que manejan la fatal herramienta.
Pero yo solo puedo hacer lo que hago, maldecir, advertir, gritar; y todo para nada. Bueno, para nada no, mi actitud sirve de excusa para que los que pueden hacer algo por detener, lo que hace tiempo se debió de haber detenido, esbocen una sonrisa de suficiencia (¿como podéis ser tan insensatos?) y digan que lo mejor es no hacerme caso; que grito por que talaron mi bosque (¡hipócritas!), sabéis que el hacha no se detiene, que mi bosque talado quedó y eso no lo remedia nadie. Que mis gritos y advertencias son por que no quiero ver caer mas arbolitos jóvenes, pero da igual; mientras no les muevan la poltrona, harán como que hacen, pero sin hacer nada, y procurarán por todos los medios a su alcance que nadie me escuche, que se cansen de mis advertencias. Pero están más que equivocados quienes crean que por muchos desprecios, por más guantazos sin manos y por muchas zancadillas que me pongan, si piensan que por eso me van a silenciar; demuestran no conocerme nada.
Cuanto menos se me escuche más alto pienso gritar y si pretendéis ridiculizarme, habré de salir vestido de payaso y seré yo quien me ria de vosotros. Tampoco puedo hacer mucho más, pero mientras pueda llorar, gritar, reír y decir que aún estoy vivo, no me vais a callar nunca. Perdéis el tiempo.

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