Tras las elecciones del 26 J, un aroma de esperanza se expandió sobre la ciudadanía, que con su voto confirmaba por un lado, el hartazgo del bipartidismo difusor de la ola de corrupción con su alternancia en el poder, y por otro, el parón a la expansión de la impúdica ultraizquierda, cuyo vaticinio barruntaba nefastas consecuencias.

Una vez más, la decisión de los electores, por encima de la visión de los rectores políticos. Queremos y necesitamos colaboración y consenso entre los moderados, conveniente y provechoso para solventar las dificultades presentes, que culmine en la perentoria consolidación de un gobierno fuerte que afronte cuestiones de urgencia
Se acabaron por ahora las mayorías absolutas, que no son justas, porque no tienen en cuenta a las minorías mayoritarias perjudicadas por la ley electoral. Los resultados de las encuestas presagiaban sombríos nubarrones, por el inminente “sorpasso” de Podemos al PSOE, que habría conformado un patético gobierno de ambos, ruina de nuestra economía, estado del bienestar y sistema de valores enraizados en la cultura humanista.
Vaya palo el recibido por el populismo marxista, que ha perdido un millón doscientos mil votos con respecto al 20 D de 2015. Estrepitoso fracaso de las encuestas previas y a pie de urna; hacen bien los ciudadanos en mentir cuando se les pregunta por un voto secreto, cuya única verdad queda en la papeleta y no en la respuesta a los sondeos. Deberían tomar nota las empresas que se dedican a vender humo y falacia.
Ilustres políticos y periodistas contendientes en debates y tertulias, tras la jornada electoral se hacían eco de un murmullo constructivo, que parecía sacarnos del túnel, al que nos abocaron durante seis meses los mustios adalides de los partidos.
Ahora parecía posible; con cincuenta y dos diputados más que el segundo partido, un hálito de confianza exhala la opinión de cualquier sensato. No va a ser fácil, pero exigimos voluntad, acuerdos, renuncia para llegar a consensos sobre reformas ineludibles en La Constitución,  educación, gasto, justicia, presupuestos y empleo.
¿Serán capaces de encerrarse y no salir hasta que haya “fumata blanca”? Tienen obligación de entenderse, no pueden decir “NO”. Las expectativas pueden ser únicas para desarrollar una sólida democracia con al menos 254 diputados, mayoría suficiente para las requeridas e indispensables reparaciones.
La izquierda y la derecha tienen que enterrar para siempre sus hachas de guerra, resucitadas por la intolerante Ley de Memoria Histórica, y pasar página de aquella infausta guerra civil que tanto daño hizo en uno y otro bando, pero que ya casi nadie por suerte conocimos. Más difícil fue la transición, y se hizo por personas que tenían más sentido de estado que estos egoístas señoritos a quienes sólo interesa el partidismo. Mientras se consideren enemigos políticos y no contrincantes con proyectos distintos, sujetos a discusión y búsqueda de acuerdos, no mostrarán verdadera actitud democrática.
Poco tiempo ha transcurrido y aquellos efluvios de azahar que auguraban una inminente formación de gobierno, vuelven a presentarnos un sofocante y sórdido desencuentro, azuzado por la prensa sensacionalista y debates de mercenarios mercantilistas, que nos pueden llevar a un tormentoso otoño con nuevas elecciones.
No valen abstenciones para la investidura y después vetar presupuestos, gastos y aplicación de un programa de gobierno. Hay que pactar alianzas previas, y para ello el PP tiene que ceder, aunque no hasta el punto de cambiar todo su programa y quedar en manos de las minorías constitucionalistas, que han de entender a la hora de llegar a acuerdos, quién fue el partido más votado. La mayoría no debe hacer todas las concesiones para conseguir la abstención, apoyos puntuales o coalición de gobierno, derogando lo que no guste o cambiando cuanto interese a los partidos en minoría.
La abstención para lograr la investidura y luego conseguir convenios puntuales de gobierno, sería muy temerario para el PP. Es el momento de una moderna coalición al estilo europeo, de quienes preservan “La Constitución y La Unidad de España” para encarar urgentes reformas que nunca haría una mayoría absoluta. Entre ellas, para evitar la corrupción y regenerar las instituciones, habría que condonar las subvenciones a partidos, sindicatos y empresas; adelgazar los gobiernos autonómicos, suprimir el senado y las mancomunidades, nido del enchufismo; reducir la función de las diputaciones; en suma, recortar el gasto del estado, procurando sea proporcional al de los países más poblados y avanzados de Europa.
La bisoñez y sectarismo respectivamente, de líderes como Rivera y Sánchez nos hace pensar, como dijo un escritor, que se hicieron políticos porque no se atreven a ser inteligentes, y siguen pensando en conseguir a toda costa su caprichoso juguetito que es El Palacio de la Moncloa, aunque en el caso del PSOE suponga su inminente suicidio.
¡Angelitos! ¿Cómo van a saber que la experiencia es hija de la vida? Si escucharan a sus mentores no errarían tanto, ni evidenciarían servirse de los ciudadanos, y no al revés.
Albert Rivera y su partido nacido de los disidentes peperos, impuso el bloqueo absoluto a Rajoy, pero no puso condiciones a Sánchez para intentar formar gobierno; la consecuencia ha sido la pérdida de ocho diputados. Y Sánchez sigue empecinado en no consentir un gobierno de coalición con el PP, dispuesto a concesiones y pactos para acometer las reformas, alianza con la que quizás el PSOE lograría debilitar y marginar al ogro podemita que pretende triturarlo.
Si tuvieran visión de estado, España seguiría a la cabeza del crecimiento económico y la creación de empleo, para reducir el déficit que nos exige la UE. No se puede decir “NO” a la investidura, y “NO” a unas nuevas elecciones, que si tienen lugar supondrán la debacle del PSOE, partido que  tras el fracaso  20 D de 2015 debió destituir a su fanático e incompetente líder. ¿Nos merecemos tanta ineptitud y torpeza?