Que vivimos en una sociedad consumista no hay duda. Sólo hemos de echar un vistazo a nuestro alrededor para contemplar cómo el consumo compulsivo envuelve toda nuestra vida. Y sólo hemos de mirar en nuestro interior para ver que nuestra existencia está más atrapada de lo que creemos por los valores y la identidad que el consumismo graba a fuego en nuestro corazón.
Pero no es extraño, las políticas económicas que fueron extendiendo y consolidando el Estado de Bienestar lo hicieron bajo el principio de desarrollar el consumo de masas para incrementar la producción indefinidamente y mantener creciente la tasa de beneficios y la acumulación de capital. Aumentaron los ingresos directa e indirectamente del mundo obrero porque la lógica económica necesitaba masas de trabajadores que produjeran y consumieran.
La presión social, las luchas del movimiento obrero y el interés del Capital fueron amarrando algunos de los demonios de la economía capitalista1. Curiosamente, la tendencia social que se consolidó fue de inclusión: todos los trabajadores eran necesarios para ese modelo económico como productores y como consumidores. El icono que hemos heredado de esa época es el Centro Comercial.
Pero la crisis económica nos ha hecho caer en la cuenta de que las políticas neoliberales emprendidas en las décadas de los años setenta y ochenta con una merma de las rentas salariales, la quiebra de derechos y de servicios sociales, el progresivo endeudamiento de muchas familias obreras, la precarización del empleo… ponían en evidencia un cambio en la sociedad consumista: la tendencia de inclusión social se había modificado. El proceso de “financiarización” de la economía nos habla de cómo el motor de la acumulación de capital y del aumento de beneficios se ha ido situando en la especulación financiera perdiendo protagonismo la producción de bienes y servicios. Se puede crecer económicamente y no es necesario que el conjunto de los trabajadores tenga empleo y consuma.
Se impone una nueva tendencia de exclusión2. Y esto ocurre mientras nuestra sociedad es agresivamente consumista y muchas familias quedan excluidas de satisfacer no sólo las apetencias superfluas que la industria publicitaria crea, sino los bienes básicos y necesarios para una vida digna. En este nuevo escenario muchas familias trabajadoras son expulsadas del sistema. Se va construyendo un nuevo icono: el Centro de Reclusión. Los barrios ignorados de nuestras ciudades, las prisiones, los centros de internamiento para extranjeros… son ejemplos de esta nueva tendencia social donde aquellos ciudadanos sobrantes y que no pueden adaptarse a la sociedad consumista, son apartados del resto.
En nuestra cultura de la imagen y de la satisfacción inmediata hemos de prevenirnos contra el dolor ajeno; hemos de hacer invisibles a los excluidos, por ello los segregamos, los recluimos… y estigmatizamos. Sólo en España, en el año 2010, la población reclusa era de 73.929 personas3. La gran mayoría víctimas de la exclusión social.
Las políticas que se están siguiendo para afrontar la crisis económica ahondan esta tendencia de exclusión y expulsión de seres humanos, al mismo tiempo que como en un reloj de arena hacen que cada vez más sectores del mundo obrero estén cayendo de una zona de integración social a otra de vulnerabilidad o, directamente, a la exclusión de la que es muy difícil salir.
El rescate de nuestra economía va exigiendo condiciones de austeridad y de abandono por parte del Estado de su función como garante de derechos sociales y protección especialmente para los más débiles. Cuánto más hincapié se pone en rescatar la economía menos se hace por rescatar a sus víctimas. Cuánto más libre es la economía más esclava y excluida es la persona.
Ahora más que nunca es tiempo de que la ciudadanía asumamos la dimensión política de nuestra existencia y contribuyamos a amarrar los demonios de la economía que andan sueltos. Unos demonios que recorren a sus anchas nuestra vida personal y social y que rompen al ser humano, tanto al que queda al borde del camino empobreciéndolo y excluyéndolo como al que pasa de largo deshumanizándolo porque su corazón se ha hecho duro como una roca.
1 Idea extraída del libro González-Carvajal Luís: El hombre roto por los demonios de la economía. El liberalismo neoliberal ante la moral cristiana. San Pablo 2010.
2 Saskia Sassen: ciudad global y lógica de expulsión del neoliberalismo.http://www.youtube.com/watch?v=7Dc-2v_YjJ4
3 Datos del Anuario Estadístico del Ministerio del Interior.