Pedro Pérez Hinojos
Miércoles 24 de diciembre de 2014 - 16:43

El día que conoció en carne mortal a Robert Mitchum, el pistolero más rápido de la película de su infancia, se sintió feliz y reconocido. Feliz por estrechar la mano de su héroe de aventuras de tiroteos, praderas infinitas y peleas de saloon; y reconocido porque sentía sin saberlo que ese señor de caminar torcido, corpachón imponente y mirada azul entreabierta era, por lo menos, su primo; un tipo de modales sencillos, aficionado al palique largo y curioso entre amigos y ajeno al artificio y las vanidades. Hasta el infarto que acabó con su vida este fin de semana, Pedro Atienza López no necesitó cabalgar junto a John Wayne para sentirse un outsider como su venerado Mitchum; en su mundo de poesía, de radio, de flamenco y de paisajes de Alcalá procuró ser leal a las leyes del rebelde, las mismas a las que obedecen el vaquero solitario, el pirata con canción o el anarquista sin más dios que el de la fraternidad.

Probablemente de todos ellos tuviera antecedentes genealógicos que ignoraba. Sí es seguro que la llama libertaria inflamó la conciencia de algunos de sus antepasados más cercanos y la genética, en sus saltos caprichosos, debió incrustarle algún ascua en el mismo centro del alma. Nació en Madrid en 1955 y sus primeros años de vida los pasó en una finca de frontera, justo la que separa Guadalajara de Madrid, al pie de la actual A-2.
Cuando tenía 6 años su familia se afincó en Alcalá y a ella otorgó su nacionalidad, con todos los sinsabores incluidos. Tuvo un paso difícil por la escuela y un tránsito imposible por el instituto. El baloncesto y una cuadrilla invencible de amigos fueron su soporte en aquellos años complicados. La canasta no le procuró gloria, pero sí su primer trabajo en el gremio inmobiliario, ocupación que le hizo merecedor del título al peor comercial del planeta que ostentaba con orgullo. Y las amistades le llevaron de la mano a mundos nuevos como la poesía, donde a su vez conoció a otras amistades que le condujeron a otros mundos, en un bucle vital que vio reflejado luego en su querido Borges e intuido, hasta desaparecer, en las galaxias de Pessoa, Dylan Thomas, Quevedo, Vallejo, Lope de Vega, Góngora, Villamediana...
Y así fue como pasó de su afición a los versos a convertirse en deslumbrante promesa de la poesía nacional y un maestro en potencia del soneto. Fragmentos y evocaciones fue el título de su primer poemario, allá por 1979,  y su pasaporte a una nueva y maravillosa etapa: la de la radio.  Fernando Delgado le fichó para Radio 3 y comenzó a trabajar en La Barraca del Tercero, un magazine matinal que era como el carrusel de la Movida madrileña. Federico Volpini,  Fernando Savater, José Hierro o Luis Alberto de Cuenca, junto a otros muchos, formaron su nuevo círculo de amigos.
Y entre las muchas audacias de aquellos años, participó de lleno en la recuperación del flamenco como música de culto. Primero  ayudando a consagrar al Café de Silverio como el templo madrileño del cante jondo; y luego organizando un recital especial, Pessoa en flamenco, que fue todo un hito, la primera de muchas adaptaciones de versos de los clásicos al arte jondo, desde Cervantes a Bergamín. Desde entonces, esta música, “expresión de una vida límite”, se convirtió en banda sonora de su vida, en fuente de amigos increíbles -Sordera, Mercé, el malogrado Camarón...-  y en patria B -el barrio de Santiago de Jerez.
Pero nuevos amigos estaban esperando a la vuelta de la esquina de los 90. Con su colega Carlos Herrera entró en el mundo de la televisión. Primero izquierda fue el título del programa del que fue guionista y en el que se hartó de alternar con mitos: Margaret Thatcher, Christopher ‘Superman Reeves,  Diana Ross, Rubén Pedro Navaja Blades,  el ídolo Mitchum...   Incluso disfrutó de una consagración institucional como eminencia flamenca siendo nombrado director de Asuntos Flamencos para Madrid Capital Europea de la Cultura en 1992

Retratos al carbón
La Cope acogió luego su retorno a la radio, hasta que a mediados de aquella década decidió volver a casa, a Alcalá, cerca de sus hijos Beatriz, Carlos y Manuel  (Atilita para papá y amigos con permiso). Se convirtió así en colaborador de Diario de Alcalá, como columnista y poeta de cabecera, en secciones inolvidables como Retratos al carbón, una galería de alcalaínos y alcalaínas imprescindibles; y también de las emisoras locales. Tampoco descuidó su labor como agitador cultural, con eventos como el programa del Año Cervantes del 97, y poco después como director de Cultura de la Fundación General de la Universidad.
Y sobre todo no dejó de escribir y publicar. Decir del Solitario, Claves Jondas, Siempre por los rincones de Alcalá, el ensayo La Memoria de Lug, la narración Más Allá de Allaca, el memorial Así dimos el cante y el poemario Cuaderno de las Voces Póstumas, probablemente su obra más redonda, que convirtió su amigo Joaquín Hinojosa en obra de teatro en 2005, forman el espinazo de su producción.
Poco después, abandonó Alcalá y se afincó en Ecuador. Comenzó así una etapa de idas y venidas que retrató en el poemario La línea del Ecuador y que prosiguió en los últimos meses, con su residencia fijada en Almería y, en las últimas semanas, en la localidad cordobesa de Priego.
No dejó de concebir en todo momento nuevos proyectos de radio y literatura, y no pudo evitar, en el camino, seguir rebelándose. Orgulloso del Alcalá de pasado de letras de oro y de presente de vecinos sensibles y acogedores, repudiaba el Alcalá oficial y mediocre, la de “recogida” de “sátrapas de tiro de escalera”, a la que no dejó de volver. Y siempre armado de versos, caso de la presentación a viva voz de los poemas de su última creación, Material de derribo, el pasado abril en la Posada del Diablo; o la organización en septiembre del ciclo de conferencias y lecturas Antologay en el café Casablanca II.
Y a la esperanza que nunca se pierde y a la memoria insumisa de su primo putativo Bob Mitchum se encomendó en todo momento para que su porvenir se despejara y el de Alcalá, al menos, se librara de rémoras casposas. Aunque fuera a “disparos de pistola de agua”, como decía. Y en esa trance y con las botas puestas, le sorprendió la muerte en Priego, dejando huérfanos a su cuadrilla de incondicionales a pesar de todo y a las mejores letras complutenses de las últimas décadas.

 

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