Ya quisiéramos tener el sentimiento patriótico, que tienen entre otros muchos, americanos y franceses, para quienes sus símbolos nacionales, bandera e himno, son algo más que sagrados.
Son países que enarbolan su bandera, orgullosos de su historia y sus tradiciones, y la colocan no sólo en las instituciones sino en teatros, hoteles, colegios, estadios, y hasta en camisas y cinturones, cosa que aquí se considera casi una provocación.
Un país como Francia que por su historia colonial ha acogido millones de emigrantes, con nacionalidad francesa desde hace varias generaciones, o como la joven nación de Estados Unidos, crisol de razas y culturas, aglutinadas bajo el sentir de la unidad y el amor a la patria. ¡Qué envidia! España, la nación más antigua de Europa es incapaz, de Este a Oeste y de Norte a Sur, de enseñorear su bandera y entonar su himno de exaltación de un pueblo que debería sentir el orgullo y el honor de su origen. Sin embargo, los receptores de privilegios políticos y económicos que nos hacen desiguales, son los primeros que nos ofenden despreciando la bandera, el himno y las instituciones del Estado.
Son innumerables los casos y situaciones en que se repudia lo español, como una buena esposa reniega de su fiel marido, sin darse cuenta de que las verdades existen, sólo se inventan las mentiras que los sectarios nacionalistas, bilduetarras y sus actuales defensores marxistas, repiten mil veces hasta tratar de engañarnos.
Qué impudicia y calaña la de aquellos salvajes proetarras que, salvados de la montaña tras haber sido atrapados por una tormenta, pagan el auxilio y rescate prestado por la Guardia Civil con una infame agresión, para así manifestar que abominan de lo español. De malnacidos es no ser agradecidos, sin mirar jamás quién, sino sus actos.
Otro agravio costumbrista en el que se fijan los tiquismiquis, es que parece mal visto que los ministros juren su cargo sobre la Constitución y la Biblia; qué más da, es cuestión de convicciones y creencias, pues lo importante es el compromiso de cumplir, que otros afirman no van a respetar.
Insulto y ofensa para un apóstata es flamear la rojigualda en territorio vetado, y menos tararear el himno o llevar un distintivo de nuestra enseña nacional. Atrevido provocador si lo haces tú, pero derecho y libertad de expresión, si parte de un independentista. En el primer caso, puedes ser perseguido, injuriado y agredido; en el segundo se pedirá respeto al que pretende “limpiarse en las cortinas”.
El colmo de la frivolidad y el cinismo es disfrutar de planes especiales de financiación, -ilícitos porque atentan contra la igualdad-, despilfarrar en embajadas y estudios con provecho cero, y apoquinar sueldazos a prebostes y su séquito, mientras se ufanan sin que se les llame al orden, de quitar la bandera española de las instituciones autonómicas y municipales, escuelas y otros organismos, para colocar la señera, la ikurriña, la bandera gay o la machisto-feminista. ¿No será más bien, que quieren continuar sangrando a la España que “los roba”, y para conservar su supremacía, amenazan con irse? Con la bicoca que tienen, todo es armar la gresca, pues lo único que les interesa es el peculio. La independencia supondría ahorro para el Estado Español y ruina para los separatistas que perderían mercado, y como las pedanías, no recaudarían impuestos para su gasto en infraestructuras y servicios. Una cobarde pelotera de la que deriva siempre muy mala memoria tras haber mentido.
Respecto a las creencias y tradiciones es un oprobio, suprimir o perseguir las fiestas de Navidad y Reyes Magos, las procesiones semanasanteras, la fe de los romeros y el arte taurino. La sociedad española es mayoritariamente católica, y muy osado sería quien pretendiera acabar con sus creencias, tradiciones y folklore. En cuanto a los taurófobos, más respeto; luchen por sus ideales animalísticos, pero no sean burros deseando la muerte de un torero o de un niño que quiere serlo, antes que la de un animal que sólo se cría para ese fin. Algunos denigrantes de los taurófilos son cazadores que matan sin dar posibilidad a su presa.
Si teníamos poco con los separatistas, parió la abuela, y de la debacle del PSOE han nacido los extremistas niños de papá, dispuestos con sus greñas a considerar la Fiesta Nacional del 12 de Octubre, como un insulto a la América Hispana y a los nacionalistas, que hacen perjurio de cuanto huele a España. ¡Cuán ingratos los de casa y agradecidos los forasteros!
Pues bien, tras la unificación del Estado con la integración de los reinos de España en una sola monarquía, la reina Isabel acomete la empresa de proyectar nuestra lengua y cultura fuera del ámbito europeo, y sufragar los gastos de la aventura comercial que pretendía llegar a Oriente por Occidente. Al igual que los árabes sometieron fácilmente a los pueblos bárbaros a su llegada a la península, Colón al conquistar América se impuso a pueblos neolíticos enfrascados en luchas de esclavitud y muerte.
Todas las invasiones conllevan guerra y sangre, y nuestros reconquistadores, para liberarnos del yugo islámico pelearon durante siglos. ¿Nos imaginamos una España islamizada? Mejor una España cristianizada. Los romanos también nos invadieron y masacraron; gajes de la historia, pero nos dejaron su lengua, cultura y leyes, fuente del Renacimiento, de la Ilustración y de los derechos humanos.
Tras el Desastre del 98, los latinoamericanos reivindican su origen hispano frente al imperialismo estadounidense, pues preferían la España Imperial ancestral y lejana. Para conmemorar el centenario de La Pepa, en 1912 se propuso el 12 de Octubre como Fiesta Nacional; luego se llamó “Día de la Raza Hispana”; con la dictadura de Primo de Rivera se llamó “Día de la Hispanidad” para recordar el papel de España en la civilización de Iberoamérica. En 1987 se eliminó por decreto la denominación anterior y pasó a llamarse “Fiesta Nacional”, que los catalanes hispanófobos consideran indicio de agresión. Allende ultramar celebran con orgullo las tradiciones españolas y hacen juicio cordial del colonialismo, frente a los separatistas y mareas podemitas que lo consideran una fiesta en que la raza nacional española humilla y deshonra a los infieles.
Menos mal que la declaración separatista de Blas Infante en el Manifiesto de Córdoba no cuajó, si no, nos veríamos como ellos, renegando hasta de la Fiesta Nacional, pero con todos los privilegios y la mano siempre puesta. Así cualquiera.