Los vecinos del barrio de La Villa vuelven a iluminar con velas sus calles con una masiva afluencia de visitantes
Redacción/Antonio J. Sobrados
Domingo 2 de noviembre de 2025 - 11:05

La VI Semana de Ánimas de Priego de Córdoba dejó anoche una estampa que ya es patrimonio íntimo de la ciudad: La Villa Velada, ese instante suspendido en el que el barrio más antiguo apaga sus farolas para que la luz vuelva a ser de cera, de manos y de barrio.

Calles, esquinas y rincones se llenaron de pequeñas llamas que respiraban al ritmo del viento. Los vecinos de La Villa, custodios de la memoria de piedra blanca y reja negra, transformaron su barrio en un templo de silencio compartido: velas alineadas en sus calles, portones entreabiertos, sombras que caminaban despacio, voces bajitas, los típicos faroles de melón y el olor y sabor a otoño y a casa.No fue un espectáculo; fue un gesto. Y en ese gesto, La Villa se hizo un año más, confidencia.

El barrio que se enciende por dentro
La decisión de apagar el alumbrado público —devolver la noche a su dulzura antigua— permitió que cada vela dibujara un mapa de intimidades: la cal entibiada, los empedrados brillando como espejos, los patios insinuados tras las cancelas, la torre de la Asunción elevando su perfil como si escuchara.

La Villa Velada demostró, un año más, que la belleza no siempre necesita ruido: basta con que una comunidad ejemplar como los vecinos y vecinas de La Villa se ponga de acuerdo para convertir sus calles en un susurro. Y eso hicieron otro año, con unas calles abarrotadas de visitantes, que no quisieron perderse esta cita ya obligada dentro de la programación de la Semana de Ánimas, que este 2025 alcanza su sexta edición.

Tradición frente al disfraz: más alma que máscara
En días en que lo importado tiñe de calabazas y disfraces nuestras agendas, La Villa Velada ofrece otra manera de celebrar el mismo umbral entre vida y memoria. No compite con Halloween: lo equilibra. Frente a la máscara, propone el rostro descubierto de un barrio; frente al ruido, el murmullo; frente a la prisa de la foto, el tiempo compartido de una llama que se cuida. Aquí no hay sustos ni artificio: hay alma. Y esa alma —hecha de vecinos, de puertas abiertas y de velas encendidas— sostiene una identidad que no necesita ruido para ser contemporánea.

 

El sabor de las Ánimas
Mientras la luz bajaba hasta el suelo, el calor subía desde los peroles. La Hermandad de la Caridad instaló tres puntos de venta que olían a otoño: las tradicionales gachas de las de toda la vida —espesas, aromáticas, reconfortantes—, buñuelos con chocolate que devolvían infancia al paladar y castañas asadas que perfumaban las esquinas como un brasero viejo.

No se trataba solo de recaudar; era compartir mesa en la calle, brindar con cucharas, reconocer en cada bocado el hilo que cose generaciones. La Semana de Ánimas tiene eso: sabe a recuerdo y se sirve en plural.

Poética de lo cotidiano
La Villa Velada no necesita fuegos artificiales ni altavoces. Su fuerza está en lo que sucede cuando se apaga el interruptor y se encienden las velas, regresándonos a lo más íntimo de cada uno.

Es la liturgia de un barrio que sabe estar, que celebra su historia sin convertirla en museo y que abre sus puertas —literalmente— para que Priego se mire en su espejo más antiguo.

Una ciudad agradecida
La VI Semana de Ánimas vuelve a demostrar que Priego tiene en La Villa un corazón que late a fuego lento. La organización, el trabajo paciente y la implicación de sus gentes han tejido una velada de luz humilde y emoción alta. La ciudad, agradecida, se fue a dormir con olor a cera y a castaña, y la promesa de volver el próximo año a esta cita con lo esencial, con un barrio que vuelve a mostrar lo mejor de sí mismo, sus vecinos y vecinas, y el amor y dedicación que muestran en cada una de sus actividades a lo largo del año, como también son sus tradiconales fiestas del Corpus o la decoración navideña que ilumina sus calles en diciembre y enero.

Porque La Villa Velada no es solo un evento: es una lección. Apagar para ver. Callar para escuchar. Compartir para recordar quiénes somos. Anoche, Priego de Córdoba volvió a aprenderlo a la luz de una vela.

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