Cuando parece que el mal funcionamiento del sistema es inevitable y que sólo hay camino para la desesperanza y que la gresca es la única salida hacia la nada, el caso de Andrea Fabra ha demostrado que la sociedad tiene capacidad de respuesta y que, además, tiene fuerza para modificar la realidad.

Se podrá pensar que si las disculpas de la hija diputada de Fabra es poca pena para tal culpa y dudar si sus palabras iban dirigidas a la bancada del Grupo Socialista o a los parados a quienes Mariano Rajoy cuestionaba su decisión de buscar empleo.

La ofensa fue hecha a la ciudadanía en general. La desconsideración con la que Andrea Fabra se expresó en el Congreso de los Diputados, el uso de palabras malsonantes en la sede de la soberanía nacional, que ella misma encarna, y la posterior resistencia a asumir su tremendo error ligan un conjunto de elementos que descalifican a la parlamentaria del PP para el global de quienes hemos visto y oído su comportamiento.

La actitud de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, pasando de puntillas y sin reacción orgánica, que es lo que a ella le corresponde, o la del portavoz parlamentario popular, Alfonso Alonso, desviando el tema a un malentendido, como si fuéramos estúpidos, ha sido una barrera que no ha sido capaz de parar el reproche ciudadano a la expresión de la diputada.

Lo que ha hecho recular al PP y forzar la carta de Andrea Fabra no ha sido ni el laxo PSOE  ni siquiera la grotesca iniciativa de su portavoz en el Congreso, Soraya Rodríguez, de solicitar su suspensión como diputada.

Lo que se ha llevado por delante la soberbia de Fabra y el desdén del PP ha sido la respuesta ciudadana gestionada a través de las redes sociales.

La realidad ha superado una vez más a la ficción y ha puesto de manifiesto lo que desde noviembre pasado dicen las encuestas, que lo que hace mal el PP no tiene reflejo donde corresponde, sino que es la ciudadanía la que la tiene que articular la respuesta con el instrumento que tiene hoy en su mano y que Twitter, como punta de lanza de las redes sociales, se ha vuelto a mostrar como un arma peligrosísima para quienes meten la pata y para los que insisten en los errores que los llevaron a la oposición.


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