Juan Damián Sánchez Luque
Jueves 18 de julio de 2013 - 18:41
generica

Revisando por encima mis últimas cosillas aparecidas en Priego Digital (que ni tan siquiera me atrevo a llamar artículos), veo que ser tan reiterativo puede producir hartazgo, porque si "hasta la belleza cansa", ni imaginarme quiero lo que deben de producir otras cosas.

Me dije a mi mismo que nada mejor que dar un giro y escribir sobre un personaje muy curioso y que desde hace muchos años que supe de su historia, me llamó la atención. Se trata de San Simeón el Estilita.
Al intentar documentarme he dado con un estudio que el profesor Francisco Salvador Ventura hace del corto que Buñuel rodó sobre este personaje durante su última estancia en México, Simeón el Estilita y que había fascinado al director aragonés ya en sus tiempos de juventud. A este corto, Buñuel lo tituló Simón del desierto. Ya cuando vivía en Madrid, en la misma época que su amigo Federico García Lorca, en la antigua Residencia de Estudiantes, la curiosa historia del santo provocó no pocas risas de Lorca que comentaba lo escatológico de la situación de este santo que se instaló en una especie de recipiente de agua vacío y colocado sobre una columna, (de ahí lo de estilita) no muy alta al principio, pero que el santo hombre tuvo que ir alargando hasta los ocho metros para evitar que sus seguidores, con el afán de conseguir una reliquia suya, lo dejaran en plena desnudez.
Recluido, por voluntad propia, en tan reducido espacio y a tan considerable altura. Este virtuoso anacoreta necesariamente tenia que atender sus llamadas fisiológicas y como no se bajaba de la plataforma para nada; de ahí las risas de Lorca ya que el olor a santidad del Estilita se vería necesariamente mezclado con otros más terrenales que emanaban de la plataforma que lo sostenía y, que dicho sea de paso, habría que tener valor para acercarse al santo a pedirle algún favor, cosa que hasta el emperador de la época hizo más de una vez. Voluntariamente omito el comentario que Buñuel hacia sobre la situación; es demasiado.
Consideraba Simeón que su situación era de mucho acomodo y relajo y para agradar más a la divina providencia y asegurarse un lugar entre los santos, decidió mortificar más su cuerpo ya que en lo sucesivo se mantendría en el mismo espacio, pero sosteniéndose con una pierna solamente, lo que suponía que debía estar el resto de su vida en la postura que nosotros llamaríamos " a la pata coja".
Se dice que solo comía pan y bebía agua y que lo hacia una vez a la semana. Otro fraile, armado con una escalera, le subía semanalmente su sustento. Pienso yo que el fraile de las provisiones iba cada semana por que imposible seria soportar a diario el tufo del ranal que Simeón habría de tener en la plataforma.
El tratar el tema como lo he hecho no es en absoluto por irreverencia ni, mucho menos, por burlarme. Lo que pasa es que hay situaciones tan especiales que solo con un poco de ironía pierden el dramatismo que sin duda tiene el relato.
Pese a la dureza de la vida del santo anacoreta, trasladándonos a nuestros tiempos, hace que se sienta un poco de nostalgia ya que él, aún estando sobre una alta columna y sosteniéndose sobre uno solo de sus miembros inferiores, conseguía más estabilidad y paz de la que se puede conseguir hoy con ambos pies sobre el suelo, pero con la incertidumbre de pensar quien será el que te de el próximo empujón.
El caer a tierra o no, depende solo de cuestiones mas bien atribuibles a la suerte.
 

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