OPINIÓN | Por su nombre
Hijos de la ira
Viernes 5 de julio de 2013 - 07:17
Leía yo unos poemas de Dámaso Alonso, de su obra "Hijos de la Ira", cuando me vino al recuerdo (a las mientes, que dirían otros) escribir algo sobre el desafecto.
No me creía yo muy capaz de hacerlo, pues, aparte de la definición es así como un concepto muy abstracto. Otra de mis dudas era que si procedía escribir sobre el desafecto, sin tener la certeza de si alguna vez existió el afecto como sentimiento positivo. A continuación pongo ambas definiciones para que quien esto lea tenga clara la idea de uno y otro concepto:
Afecto: Cariño, simpatía hacia una persona o cosa.
Desafecto: Falta de afecto o mala voluntad.
Es evidente que, una vez leídas ambas definiciones, la idea queda muy clarita y el concepto es más que diáfano.
Pero hay ocasiones en que no son las cosas tan claras como en principio se imagina. ¿Qué pasa cuando en el mismo lugar se palpan ambos sentimientos en distintas direcciones?. Pongamos un ejemplo clarificador; sujeto A y sujeto B. Se aprecia claramente como el sujeto A es receptor del más claro afecto y, por el contrario el sujeto B percibe el ostensible desafecto. Hablo de idéntico lugar e idéntico entorno.
Siendo ambos conceptos tan antagónicos que dan lugar a un tercer concepto o término, antipatía y, hasta si se quiere arbitrariedad.
Y buscamos ambas definiciones para no dejar el menor atisbo de duda.
Antipatía: Sentimiento de aversión, repulsión o desacuerdo hacia alguna persona, animal o cosa.
Arbitrariedad: Forma de actuar contraria a la justicia, la razón o las leyes, dictada por la voluntad o el capricho.
De aquí se deduce que el individuo A se siente feliz y a sus anchas en ese medio. Sus palabras son acogidas con entusiasmo, alegría y siempre es plausible cuanto dice o propone; en suma se siente aceptado y protegido en el medio y en todo cuanto con dicho medio tenga relación, que por extensión es el escenario vital en el que se desenvuelven casi todas sus actividades y quienes estas las hacen posibles. A este individuo jamás se le ocurriría salirse del citado entorno en el que se siente grupal e institucionalmente arropado.
Volvamos para ver qué pasa con el individuo B, que es quien más recibe. Este individuo percibe claramente como a él se dirigen el desafecto, la antipatía y la arbitrariedad.
En contraposición con el individuo A, él nota como es blanco de este negativismo. No se siente feliz, sus palabras son siempre acogidas con recelo, el rechazo es más que evidente y en el escenario en el que se desenvuelven sus actividades no es ni aceptado ni protegido; ni por el entorno ni por aquellos de quienes depende para la realización de su concreta actividad.
Cierto es que, en apariencia, nada se le niega y el trato pretende ser como el recibido por el individuo A. Pero la animadversión es patente y ni aún siquiera se le muestra el menor trato amigable. Siendo eliminado hasta del mundo virtual, ya que el hacerlo del real seria como poco un delito punible.
De modo que el individuo B, ante tal derroche de mala leche, (quien quiera que lo busque en el diccionario) decide alejarse del hostil entorno y poner tierra por medio.
Tampoco esto es bien visto, pero innegablemente ha de producir su alivio en quienes se quedan que pensaran, sin duda "tanta paz lleve como deja". Más alivio siente el que se marcha; hace lo que cree mas procedente ya que no se puede forzar a nadie a sentir afecto ni simpatía hacia otra persona y, llegado el día en que crea oportuno profundizar en los motivos, es indudable que hará una exhaustiva exposición de los mismos.