Juan Damián Sánchez Luque
Jueves 18 de septiembre de 2014 - 10:28
generica

Llevo días dándole vueltas a la cabeza sabiendo lo que quiero decir, pero no encontrando la mejor forma de decirlo. Así que lo haré lo mejor posible y sin ánimo de atacar a nadie. Daré mi opinión junto a otros datos y desde ahí que cada cual saque lo que quiera.

Buscaba yo un libro por las estanterías, cuando vi uno que me causó repulsión. Yo tengo a algunos autores de los que no quiero leer nada suyo, son pocos, pero los hay. El autor de este libro que ahora comento es uno de ellos.
Recordé ese personaje de ficción que creó el novelista catalán Manuel Vázquez Montalbán; el detective Pepe Calvalho. Este Pepe tenía la costumbre de encender la candela de su chimenea cogiendo un libro de la estantería, le prendía fuego y así hacía su candelita. Es evidente que los libros que condenaba a la hoguera debían de ser los menos apreciados por él. Yo no he quemado nunca ningún libro y sólo me limito a eliminar de mi lista a algunos autores (muy pocos). El autor del libro de que hablo es uno de ellos.
Ya sin más preámbulos diré que se trata del libro "Mis paraísos artificiales" del francés Baudelaire.
Este libro lo llevó a mi casa uno de mis hijos porque su profesor, o profesora, de literatura se los había mandado leer y comentar. A mi no me hizo la menor gracia que ese libro entrase a formar parte de mi librería, pero respetando la decisión del profesor, o profesora, no dije nada y solo hice alguna advertencia sobre la obra y su autor. Insisto en que yo no he leído a este autor, pero conocía el contenido del libro y algunas reseñas había ojeado.
Un profesor, o profesora, puede tener cuantos delirios místicos-poéticos-literarios quiera y le de la gana y las preferencias que quiera. Pero creo que debe conocer el contenido de la obra que manda leer y comentar y también algo sobre el autor de ésta. Si los hechos hubiesen ocurrido hoy, ni el libro entra en mi casa y el profesor, o profesora y yo hubiésemos tenido una muy acalorada conversación.
Solo voy a hacer una breve reseña biográfica del autor y cada cual que piense lo que quiera: Poeta, novelista y crítico de arte francés, nacido en París en 1821.
Al terminar sus estudios en París en 1834, fue enviado a las Antillas por su padrastro, quien quiso alejarlo de la vida bohemia y licenciosa que el joven llevaba, aprovechando una escala del barco que lo transportaba, desapareció y volvió a París a reclamar la herencia de su padre (ya había alcanzado la mayoría de edad). Herencia que dilapidó en muy poco tiempo. Poco después inició estudios de Derecho en 1840 e incursiona en el ambiente literario entablando amistad con prominentes figuras del arte, y empieza a producir textos sobre crítica de arte y poesía.
Publicó en 1857 su máxima obra, "Las flores del mal", (como bien sugiere el título) es la belleza de la maldad. Desatando una gran polémica por considerarla como una ofensa contra la moral pública. Luego aparecieron "Pequeños poemas en prosa" y Paraísos artificiales publicados en 1860.
Borracho, putero y consumidor empedernido de opio, hachis y cuanto a mano tuviese.
Su vida licenciosa le llevó a contraer la sífilis (enfermedad sin cura en esa época) y ya padeciendo el período final de esta enfermedad, la tabes sifilítica, aliviaba sus muchos dolores con opio y lo que pudiera encontrar. En estas circunstancias escribió la mayor parte de su obra. Todo ésto sin dejar de intentar que matasen a su padrastro (al que tanto debía) que era un oficial del ejercito francés de la más alta graduación y por lo que participó en las revueltas de París en 1848.
Como consecuencia de la sífilis y sus muchos excesos, falleció a los 40 años.
Después de leer lo anterior, y un montón de cosas que omito por no alargarme en demasía, yo no puedo evitar hacerme la pregunta de que si ¿no le sería posible al profesor, o profesora en cuestión, haber encontrado, entre tanta literatura universal y tan distintos autores, otro más recomendable para unos chiquillos de catorce o quince años?.
Termino con unas frases de D. Eugenio D´ors, quien recriminaba a un joven, e inexperto, camarero que derramó el champán sobre su chaqueta: "Los experimentos con gaseosa, joven”.

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