OPINIÓN | Por su nombre
Halloween, ¿qué Halloween?
Martes 8 de noviembre de 2016 - 20:15
Días llevo dando vueltas en si escribir lo que pienso sobre la adopción de esta fiesta, o de estarme calladito. Ya que al final habrá quien se sienta aludido en algún aspecto y se moleste.
Por mi parte anticipo que no es esa mi intención. Consciente de que se nos está poniendo "piel de mariposa", no tengo duda de que algo de lo que diga se malinterpretará. Pues "a lo hecho, pecho".
Cuando yo era niño (hace ya de esto muchos años) había en mi pueblo natal la costumbre de que en la noche del 31 de octubre se hicieran gachas con tostones y que todos nos cenábamos cumpliendo con la tradición.
También recuerdo a mi abuela paterna, ante un gran recipiente con aceite, encendiendo "mariposas", o candelillas, una por cada alma de sus familiares difuntos. Desde luego encendía muchas, y es que cuando se es mayor son muchos los difuntos que uno tiene.
Los chiquillos andábamos asustados ya que se decía que esa noche los espíritus de los difuntos caminaban entre los vivos, y se les encendían esas mariposas a fin de que sus almas encontrasen su camino.
Decía la tradición que las cerraduras de las puertas se tapaban con gachas.
Muchos años más tarde se empeñaron en resucitar esa costumbre y lo hicieron de tan excelente manera que sembró la discordia entre los vecinos del pueblo. Lo que fuera tradición se convirtió en un acto de gamberrismo y haciendo un engrudo con harina se rociaban, y llenaban de chorreones todas las puertas del pueblo, y ya puestos, se manchaban con el dichoso engrudo las puertas y cerraduras de los coches que se iban encontrando al paso, había que oír las protestas del vecindario a la mañana siguiente.
Dicho esto, he de añadir que, esta festividad siempre se vivía con respeto y recordando a los seres queridos que se nos marcharon a la "otra vida".
De un tiempo a esta parte, la noche de difuntos se ha venido a convertir en algo más propio de las carnestolendas, y que en nada se parece al recuerdo que yo tengo de esas noches. Claro que ahora ya se le llama Halloween, que aún siendo una costumbre celta, era propio de otros países y nada que ver con lo nuestro. Pero como nos vamos internacionalizando, es por lo que tenemos que desterrar lo propio y adoptar algo que en nada se parece a nuestra ancestral "noche de difuntos".
No conformes con ir haciendo "ifreces" por las calles, cogemos los arreos de hacer música y nos vamos a los cementerios a dar ¿conciertos? a los muertos. No digo yo que esto sea irreverente para con los que allí yacen - no creo que se haga con esa intención-, pero tampoco viene mal recordar que cementerio viene del latín y significa "dormitorio". Y los dormitorios son lugar de descanso y, en este caso, de descanso eterno, no siendo por tanto -y siempre en mi opinión- el lugar más idóneo para andar con pitos y flautas.
Para los que somos creyentes y pensamos que la muerte es solo un trámite de camino hacía la otra vida, siendo, por tanto, más apropiado una oración que un concierto; no entendemos la idoneidad del mismo.
Para los no creyentes - que tienen todos mis respetos- y piensan que tras la muerte física todo se diluye en la nada infinita y ahí todo termina. Creo yo que debiera tener poco sentido ir a dar el *Cencerrazo donde ya no hay nada de nada.
En fin, que poco a poco vamos desterrando lo nuestro y adoptando lo ajeno y no tardará mucho en que los Magos de oriente terminen en el desván -el nacimiento ya casi está-, también la "Reinas magas" de Gloria Fuertes; los camellos y las camellas - los de cuatro patas, que los otros y otras, al infierno vayan-. Que la Navidad ya se empieza a llamar solsticio de invierno y, tiempo al tiempo, solo Dios sabe lo que nos quede por ver y oír.
*Cencerrazo, aquí utilizo un término que mi amigo y paisano Fernando Leiva, cronista de Fuente Tójar, utiliza en su "hablar tojeño".