Juan Damián Sánchez Luque
Viernes 6 de julio de 2018 - 16:43
generica

Cada vez que oigo hablar o leo sobre la legalización de las drogas, se me pone como un pellizco en el estómago. Pienso cómo podemos estar tan locos, tan vendidos, tan comprados, tan depravados.

No puedo llegar a entender cómo se le pretende dar carta de naturaleza a lo que es intrínsecamente malo y que, cada vez más rápidamente, ataca por la base al tejido social en su parte más vulnerable, juventud y familia.
Nos quejamos del alto consumo de alcohol y tabaco por parte de los más jóvenes. Y luego queremos legalizar la droga para regularizar su venta y poderla controlar como el alcohol y el tabaco. Es una doble moral y juego de palabras que nadie, en su sano juicio, puede entender. Tan solo lo entendería si tras de tanta palabrería y de tantos eufemismos dijeran clara y abiertamente que ésto se hace con el fin de poder cobrar impuestos. Unos impuestos que ahora con la prohibición se están perdiendo. Visto de este modo si se puede entender, aunque dejara bien claro que a los estados los individuos les importan bien poco y sólo miran al ciudadano como fuente de ingresos. Visto así  puede ser entendible aunque me parezca monstruoso y carente de las más elemental ética social y política; de otro modo no hay manera de poderlo coger por ningún lado.
Pongo con frecuencia el ejemplo de México, por ser el lugar donde se apoyan muchos para pedir la legalización. Pero, reconozcámoslo de una puñetera vez, México es, pese a quien le pese, un narcoestado; el narco pone y quita gobiernos, políticos y gobernantes. México es un país podrido por la corrupción de todo tipo que se va sumergiendo en sus propios detritus y donde el narco hace y deshace a su antojo y ya sabemos que esta canalla utiliza las balas en vez de las palabras. Pero la situación de este país no es extrapolable a ningún otro del cono sur americano.
El fuego del volcán de la revolución mejicana no llegó a apagarse del todo y en su lugar en vez de ir apareciendo míticas figuras liberalizadoras; aparecieron vulgares delincuentes, que hoy son narcotraficantes, y son ellos quienes imponen leyes y quitan y ponen gobiernos. Pero esta situación es endémica y no ocurre en ningún otro lugar con esta contundencia.
Leo que Ucrania quiere legalizar las drogas. Aunque algunos no sepamos situar a este país bien en el mapa. Yo les digo que Ucrania, al igual que toda la antigua URSS, está comida por la desomorfina. Lo que allí llaman el Krokodil.
El consumo de la desomorfina casera, que es la que allí se consume (ya que un gramo de heroína vale 17 dólares, cantidad imposible de pagar por esta personas). Pues el Krokodil, decía, se come vivos a sus adictos, ya que literalmente va pudriendo las carnes de aquellos que lo consumen. Se puede decir que por sus efectos desbastadores en los tejidos humanos es la droga más terrible hasta ahora conocida.
¿Qué necesidad tiene Ucrania de legalizar las drogas?. Aquí no puede uno hablar con libertad si no se quiere exponer a que lo llamen loco. Yo cada día le doy más vueltas a las llamadas teorías de la conspiración. Teorías que sólo tendrían la finalidad de hacer una limpieza de toda la podredumbre social, generada por sí misma, llevando a cabo una bien programada labor de eugenesia. Esto que parece tremendo es la única justificación que veo en actitudes y posicionamientos como los que ahora se perciben.
No se puede legalizar lo que tan dañino resulta para la juventud y su futuro.
Antes de ponerme etiquetas profundicen en el tema, como yo lo hago, y después, si quieren hablamos.

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