“Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar….” Hypatia de Alejandría
Cuando estamos a punto de concluir el 2011, año en el que se cumple medio siglo de la creación de Amnistía Internacional, la organización no gubernamental humanitaria que trabaja para promover los derechos humanos y que tras intenso trabajo ha conseguido liberar en todo el mundo a 50.000 personas condenadas solo por ejercer el derecho a pensar, no podemos olvidar a aquellos miles y millones de personas, que no lo consiguieron.
Y es que los seres humanos no aprendemos de nuestros errores y los cometemos una y otra vez, algo que viene sucediendo desde el comienzo de la misma Historia del ser humano. No permitir y respetar a aquellos que con una mente preclara han ayudado a la Humanidad a mejorar y avanzar, ha sido una de las premisas básicas de aquellos que asentados en una preclara posición determinada por su estatus, poder o condición y han visto tambalearse sus cimientos, ha sido una tónica general que les llevó a despreciar e incluso asesinar a hombres y mujeres sólo por sus ideas y sus aportaciones. Todo ello, unido a un desprecio que acabó en ejecuciones públicas sin posibilidad siquiera de una defensa justa, no sólo ante sus acusadores, sino también ante sus coetáneos.
Muchos de ellos desconocidos, anónimos que quedaron en el olvido de la memoria, tras defender lo que creían justo y verdadero, llegando a desaparecer del mapa humano. Otros por el contrario, superaron ese anonimato y pervivieron eternamente con el paso de los tiempos, aportando su conocimiento y aprendizaje al progreso, no sólo por aquellas ideas que en su día fueron condenadas y vilipendiadas, sino también porque felizmente en la mayoría de los casos, su memoria se vio restituida y sus ideas validadas para que tal vez, no vuelvan a repertirse los errores que con ellos se cometieron.
Desde antes de nuestra era y hasta el presente siglo XXI muchos científicos fueron perseguidos, condenados, excomulgados o asesinados por su enfrentamiento directo o simplemente por sus ideas, que no siempre coincidían con las del poder. Desde el filósofo Sócrates, cuando en el año 399 a. C. se negó a colaborar con el régimen de los Treinta Tiranos y fue denunciado por “corromper a la juventud” y por “no reconocer a los dioses de la ciudad” hasta el brasileño Chico Mendes, recolector de caucho, ambientalista, sindicalista y ecologista, asesinado en 1988 por dos rancheros que veían en peligro su negocio y le asesinaron frente a su casa, pasando por el judío Jesús de Nazaret; la filósofa Hypatia de Alejandría o el filósofo italiano Giordano Bruno, entre otros, sin olvidar a miles de mujeres que fueron injustamente juzgadas, condenadas y ejecutadas en la hoguera, acusadas de brujería simplemente por vivir una vida más cerca de la naturaleza, usar hierbas medicinales o simplemente saber leer y escribir. La lista es interminable.
A ellos se unen muchos científicos que fueron perseguidos, condenados, excomulgados o asesinados por su enfrentamiento directo o simplemente por sus ideas. Desde el teólogo, científico y médico español Miguel Servet a Teresa de la Cruz, Galileo Galilei, Copérnico, Darwin, Leonardo da Vinci, Pablo Toscanelli o Juan de la Cruz y muchos otros. Todos ellos, lapidados por defender teorías tan dispares como el heliocentrismo, la redondez de la tierra, la teoría de la evolución de las especies, la anestesia, las autopsias, los anticonceptivos o simplemente expresar su fe de manera diferente ante una pauta medieval bienpensante de interpretación de la vida.
Más cercanos en el tiempo, miles de activistas y defensores de los derechos del hombre, la educación, el librepensamiento o la libertad, pierden su vida. Desde el pedagogo español Francesc Ferrer i Guardia, fusilado el 13 de octubre de 1909 en el foso de la prisión de Montjuïc en Barcelona por su defensa a ultranza de una enseñanza de hombres y mujeres libres, sin ataduras políticas o religiosas a otros como el presidente estadounidense Abraham Lincoln (1809-1865) o el padre de la independencia hindú Mahatma Gandhi (1869-1948 India), que si bien fueron asesinados por personas anónimas, sus asesinos supuestamente estaban respaldados por grupos que veían amenazadas su posición, intereses económicos o estatus.
En definitiva, seres humanos que dieron su vida por defender aquello en lo que creían y defender por encima de todo ideas que beneficiaron a toda la Humanidad o que nos ayudaron en nuestras vidas.