En mi última visita al cine me decepcionó más el público que la película. Es decir, cuando voy al cine, pago mi entrada, me siento, espero a que se apaguen las luces y, una vez puesta en marcha la película, la contemplo con mayor o menor afán, según mi gusto.
Hay factores, llamémosle adicionales, que doy por sentado y que, si no los creyera, no iría a ningún cine: me refiero a una buena organización de los empleados con los espectadores, un lugar limpio, un buen asiento –no solamente que esté bien situado, sino también que esté en buenas condiciones–, unos compañeros de sala atentos a la película y callados y un público que silencie o apague el teléfono móvil, entre otras cosas.
Sin embargo, la última vez que asistí al cine solo falló el público, esa compañía de turno que no se puede evitar. Si a la primera conversación en voz alta entre dos o tres personas siseé, con la intención de pedir silencio y con un efecto positivo; a medida que avanzaba la película, el siseo era ya una estupidez, además de que ya solo quedaba yo haciéndolo –al principio, otros espectadores lo hacían–, pues la conversación entre esas dos personas no cesaba, con una total falta de respeto hacia quienes queríamos ver la película sin ruido.
Reconozco que no es lo mismo decir en un momento dado «¡Qué bien actúa esta mujer!» o «¡Qué chico más guapo!» que iniciar una charla de lo que van a hacer el próximo domingo en casa del novio de Tere o que sus padres habían ido a la misma playa que aparece en la escena, seguida de la sorpresa del receptor del mensaje que pregunta cuestiones que bien podrían haber obtenido respuesta más tarde o en otro lugar.
De acuerdo. La película te aburre y ya has pagado tus cinco euros. Pero no vale que, por ello, tengas que molestar a los que quieren verla. Y mucho menos que suceda desde los diez minutos de proyección.
No entiendo a las personas que acuden a una película en el cine, como si fuera lo mismo que verla en la pantalla del ordenador de casa o en la televisión después de las noticias. El cine es otra cosa: la oscuridad te invita al recogimiento y el sonido envolvente a la complicidad con lo que sucede en la gran pantalla. Si la película no es de tu agrado, tenías que haber escogido otra, que, parafraseando a Borges, de todo se ha contado en el séptimo arte; lo original procede del director, del guionista, de los actores.
Por favor, piénsenlo antes de ir al cine: no vayan sino van a ver una película.