Juan Damián Sánchez Luque
Martes 21 de octubre de 2014 - 19:22
generica

José Agustín Goytisolo, quedó profundamente impresionado por la muerte de su madre (Julia) acaecida  en un bombardeo sobre la ciudad de Barcelona, durante la guerra civil.

Cuando él tuvo una hija la llamó Julia, como su madre. Y le escribió un bello poema "Palabras para Julia", casi fue una especie de testamento ológrafo.
El poeta barcelonés murió a los 70 años arrojándose por la ventana de su domicilio en Barcelona: Venia padeciendo profundas depresiones.
De este bellísimo poema, dedicado a su hija, destaco una estrofa:  
"Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego".

Recomiendo a quien no lo haya leído que lo lea por ser algo de una belleza y de un realismo impresionante.
Últimamente, y sin saber muy bien por que, repito mucho lo del "muro ciego". Y me pregunto lo que seria menester hacer cuando los hombres han perdido la alegría. Ya no es posible vivir con la alegría de los hombres; por que los hombres  (utilizo la palabra como expresión genérica del ser humano) han perdido la alegría.Y al vivir sin esta, ¿que queda sino llorar ante el "muro ciego"?.
Yo esta escena me la imagino viendo un grueso muro de hormigón, tremendo e infranqueable y a alguien poniendo unas sillas mirando hacia el, donde, dócilmente nos vamos sentando uno tras otro. Los jóvenes delante, en las primeras filas, mientras a los más viejos nos van colocando del centro hacia atrás.
Los jóvenes están inquietos en sus sillas, cansados de tanto ver el monótono espectáculo de la infranqueable mole. Los viejos guardamos silencio, sumidos en nuestros miedos y reflexiones.
Es entonces cuando aparecen los grafiteros, y con una habilidad que nos impresiona a todos, comienzan a dibujar sobre el árido hormigón, unos bellísimos paisajes. Son tan hábiles en su trabajo, que por un momento, todos respiramos una sensación de futuro y libertad. Tan es así que nos acercamos incrédulos hacia el muro para comprobar con nuestras propias manos si aquello es real. Pero la única realidad  que descubrimos es que tras la belleza del arte sigue estando la infranqueable mole.
Volvemos - ¿o nos empujan?- a nuestros asientos, mientras unos lloramos y otros se clavan, en silencio, las uñas en la palmas de sus manos.
Se empieza a oír una voz, monótona y metálica, que nos habla de futuro y de esperanza. Los mayores nos miramos unos a los otros mientras que pensamos que de que futuro nos hablan ni de que esperanzas; ya no nos queda pensar ni en lo  uno ni en lo otro. Nuestras etapas se han ido cubriendo una tras otra y solo nos queda alcanzar la meta con nuestras manos, donde todo termina.  Nuestros ojos están secos y nuestra resignación nos va aquietando en nuestras sillas. La voz continúa con su metálico y monocorde sonido.
De las primeras filas, donde están sentados los jóvenes, se empiezan a oír un griterío de descontento y rebeldía "queremos vivir y no conformarnos con ser espectadores de la nada". El griterío se hace cada vez mayor y hasta hay quien arroja su silla contra el muro. Proclaman que quieren vivir y  no ser espectadores de esa irrealidad engañosa que le han dibujado, cada vez la agitación es mayor.
Vemos con asombro como empiezan a aparecer unos personajes de siniestro aspecto y meliflua sonrisa, que van dando a cada joven - no se ve muy bien desde atrás- pero parecen ser unas bolsitas conteniendo algo que no sabemos lo que es.
El resultado es que van disminuyendo las voces y el griterío es reemplazado por unas incipientes sonrisas que a poco se convierten en sonoras carcajadas. Los que antes protestaban dicen sentir una felicidad que por nada quieren que nadie les arrebate. Muchos repiten y, los siniestros personajes, les dicen que pidan cuanto ellos quieran que hay para todos.
Ya cesaron las protestas. Todos ríen, continúan sentados frente al mismo muro pero ahora no piensan: son felices y con bobalicona sonrisa se dan palmadas los unos a los otros. Consumen el contenido de las bolsas y el de las botellas que tan generosamente les ofrecen.
Los más viejos pensamos que no debe ser esa la alegría de los hombres, que el muro ciego sigue estando ahí y que si Goytisolo hubiese visto estas escenas, es posible, que no le aconsejara a su hija Julia que "era mejor reir con la alegría de los hombres". Lo mejor, pensamos todos, es derribar ese maldito muro y, dentro de lo que cabe, recuperar la libertad.
¿A qué estamos esperando?.

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